Enrique Fojón Lagoa
“Lo peor que puede ocurrirle a una buena causa no es recibir un gran ataque sino defenderse de forma inepta.”
Frederic Bastiat
El mundo anterior a la pandemia ya poseía las dinámicas de la inestabilidad geopolítica, el llamado cambio de Orden, que no es otra cosa que la manifestación de la natural anarquía internacional. La situación en el Mediterráneo, en el Norte de África, Sahel, Levante y Oriente Medio es muy fluida e inestable. En el Este de Europa la tensión con Rusia continúa, adoptando una morfología de cronicidad. Todo ello en el evolutivo contexto de la Competición entre Grandes Potencias, a la que hay que añadir a la India.
El vacío estratégico dejado por los Estados Unidos y la negligente ausencia culpable de las potencias europeas ha sido aprovechada en el Mediterráneo por otras potencias provocando la inevitable militarización de la zona. En este sentido, la finalidad de la actividad de Rusia puede identificarse en dos vertientes: el debilitamiento de la cohesión atlántica, haciendo permanente la posibilidad que Turquía abandone la Alianza, y su proactivo protagonismo estratégico en el Levante y el Mediterráneo al establecer un “continuo” estratégico a través del Bósforo al Mar Negro. Entre los fines de Moscú estaría el aumentar la influencia en la zona y presionar a Europa también desde el Sur. Por su parte, Turquía, tras su intervención en Siria, trata de constituir una versión agresiva del “neotomanismo” en sus antiguos territorios del Norte de África, el Levante, Península Arábiga y Norte de Mesopotamia.
En este ambiente, las consecuencias generales del Covid-19 todavía no se constatan en su totalidad, pero existe un amplio consenso de que se asiste a un cambio de época en el que reconstituir muchos de los paradigmas sociales, políticos y económicos utilizados hasta ahora deja de ser útil, aunque se mantenga su vigencia con efectos inanes o contraproducentes. La reacción primaria ante el estallido pandémico fue el eclipse de la “aldea global” y la búsqueda de refugio en el estado-nación. Las instituciones internacionales se muestran incapaces de contener la crisis, mientras que las alianzas transoceánicas se debilitan, a la vez que los países practican la introversión y cierran o restringen sus fronteras.
España antes del Covid-19
En estas circunstancias España afronta su futuro. Los efectos de la crisis de 2008 han modelado la conducta de gran parte de su población, aunque aparentemente no ha sido lo suficientemente consciente del mundo en que han vivido. Los medios de comunicación, en general, se dedican a repetir una y otra vez aspectos recurrentes considerados problemas internos, contagiados por la “guerra cultural”, una práctica constructivista que viven las sociedades de Occidente y que se considera uno de los asuntos más problemáticos y arriesgados de nuestro tiempo al relacionar la “identización” del individuo con temas tan polémicos como la raza, género, sexualidad, clima y cambio tecnológico. Se pretende establecer una nueva cultura, influyendo en universidades, empresas, hogares, etc., en nombre de conceptos tan relativos como la identidad política, justicia social y el mantra de la “transversalidad”.
En el ámbito geopolítico, España ha sido incapaz, durante décadas, de asimilar las servidumbres y ventajas que acarrean su situación geográfica y, por lo tanto, de diseñar y poner en práctica su propia visión estratégica en función de sus intereses nacionales. La tradicional posición asumida es que los problemas que le afecten, tanto los internos como los exteriores, los resolverá Europa, lo que constituye un error esencial. Pero el relato oficial sigue esa línea y saltársela significaría el oprobio y el linchamiento mediático. Hay que preguntarse si puede haber otra forma de actuar, ya que la fragmentación del poder político español, reflejo del cuarteamiento territorial, ha conformado un Estado frágil.
En los últimos meses, años podría admitirse, España ha contemplado impertérrita las alteraciones geopolíticas que se desarrollaban a su alrededor, asuntos más recientes como la extensión de las Zonas Económicas Exclusivas de Marruecos y Argelia, las intervenciones extranjeras en Libia, los nubarrones de conflicto interestatal en el Mediterráneo, el peligro de alta inestabilidad crónica en el Sahel, la crisis de la OTAN o la supervivencia de la UE, lo atestiguan. En todos estos acontecimientos, el protagonismo español es por defecto, lo que da la impresión de que, desde Madrid, son tratados con la frialdad de un funambulista o desde el autismo estratégico.
La reciente publicación de la Directiva de Defensa Nacional (DDN 2020) es un buen exponente de la predisposición española al protagonismo internacional. Presenta como referencia un contexto geopolítico en el que, sorprendentemente, no se cita ni a Estados Unidos ni a China, con lo que se invalida cualquier análisis que se pretendiese deducir de ese marco. Otro aspecto singular es que los intereses nacionales se identifican con deseos cuando son obligaciones. Desde ese punto de vista, España tiene dos problemas para definir su Seguridad Nacional, el geopolítico y el cultural, entendido que aquel le viene otorgado y el segundo que se materializa en la carencia de capacidad para deducir e implementar los conceptos y actuaciones necesarias para su supervivencia como entidad política, o lo que es lo mismo, dispone de una capacidad limitada para identificar y gestionar su problema geopolítico al no fijar el protagonismo nacional en el mundo.
Como demuestra la Historia, la situación geográfica de España le impone servidumbres y le brinda ventajas. Mientras aquellas son inevitables, para el aprovechamiento de estas se necesita identidad geopolítica y capacidad estratégica, o lo hará otro. Cuando la inestabilidad o la crisis se hacen patentes en su zona de interés, cualquier país debe de atender la situación desde la identidad nacional.
Para valorar la situación de la atonía estratégica nacional, se puede emplear como referencia comparativa la actuación estratégica de Polonia, un país de la OTAN y de la UE. Al ser Polonia el actor más significativo en la “frontera” Este del Área OTAN, puede emplearse como referencia comparativa con una hipotética y necesaria Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) española, al ser también nuestro país “frontera” en el Sur con una zona de gran inestabilidad geopolítica. Es importante comparar la calidad de los documentos de estrategia, pues de ello se deduce la capacidad nacional de dirección y el nivel de protagonismo de ambos países.
Polonia. Una referencia
Polonia es un país que goza de una personalidad estratégica propia y que ha visto amenazada su existencia en varias ocasiones. Actualmente es signatario del Tratado del Atlántico Norte y miembro de la Unión Europea (UE). Polonia limita al norte con el óblast de Kaliningrado (que pertenece a Rusia, aunque sin conexión terrestre con ella), al noreste con Lituania, al este con Bielorrusia, al sureste con Ucrania, al sur con la República Checa y Eslovaquia y al oeste con Alemania.
El pasado 12 de mayo, el Gobierno polaco emitió su Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), en la que expresa su nueva visión conceptual. Es interesante analizar el documento para ver si se trata de la solución a una verdadera visión estratégica o una publicación que sólo refleja la autoestima como pretendido actor estratégico del país emisor.
El documento, como todos los referentes a estrategia, es susceptible de interpretación, pero lo que se evidencia es que la “actoría” polaca viene definida por su situación geopolítica de la que se desprende su protagonismo OTAN y necesidad de liderazgo regional, lo que la convierte en valedor de las necesidades regionales ante los aliados y socios.
En un documento de 38 páginas describe, con lenguaje directo, los intereses nacionales de los que se deducen los objetivos y formas de acción estratégica. Así, y teniendo como un objetivo nacional el liderazgo regional de Polonia, esquematiza en cómo se conformarán los elementos de poder, para ello define su desempeño fundamental en las cuestiones de diplomacia regional. Explicita los instrumentos como el Bucarest 9 (B9) y la Iniciativa Tres Mares (TSI), como nuevos instrumentos esenciales para reforzar la Seguridad Nacional. El B9 reúne a Polonia, Rumanía, Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia y la República Checa. Su objetivo es fortalecer la visión de estos países del flanco oriental dentro de la OTAN. La TSI tiene la misma membresía más Austria, Eslovenia y Croacia, y se centra en el desarrollo de la conectividad regional Norte-Sur, en las áreas de transporte, energía e infraestructura digital. Aunque principalmente de naturaleza económica, muchos de sus proyectos contribuirían a la seguridad energética y mejorarían la movilidad militar en la región.
En general se comprueba que la ESN polaca no es rupturista con su predecesora de 2014 o, lo que es lo mismo, de la tradicional política de seguridad polaca, determinada por la situación geográfica. Sin embargo, hay variaciones en tono y énfasis en temas como, el papel de las tecnologías de la información y la comunicación y la importancia de la ciberseguridad. La percepción de amenaza claramente declarada es la "política neoimperial de las autoridades de la Federación de Rusia". La amenaza rusa se define mucho más específicamente, en un lenguaje más directo que en ocasiones anteriores, pero no se especifica que sea la principal.
La alusión a China difiere de la versión de 2014, ya que se inscribe en el nuevo contexto de la Competición entre Grandes Potencias y su influencia en el entorno de seguridad de Polonia. En la práctica se mantiene la apertura a la cooperación con China a pesar de los estrechos lazos con los Estados Unidos, incluida la adopción de una Declaración Conjunta sobre el 5G, que vinculó a Polonia a la opinión de Washington sobre el desafío tecnológico chino. Para Varsovia, Estados Unidos sigue siendo el principal socio bilateral de seguridad. En el documento de 2014, el "Pivote” a Asia de la administración Obama suscitó preocupación sobre el compromiso de Estados Unidos con la seguridad europea y polaca.
¿Qué papel, entonces, desempeña la cooperación regional? En la ENS de 2014 se señalaba la creciente importancia para la Seguridad Nacional de la cooperación regional. En ese momento, los formatos destacados fueron el Grupo de Visegrado (Hungría, Eslovaquia y la República Checa) y el Triángulo de Weimar con Alemania y Francia. También se refería a otros socios bilaterales importantes de la región, como Rumanía, los Estados bálticos y los países nórdicos.
En la versión 2020 se amplía con los nuevos formatos del B9 y la TSI. Si bien ambos formatos han ganado en estatura, su contribución a la seguridad regional y a la mejora de los esfuerzos de la OTAN tiene límites, sobre todo en las divergencias de percepción de amenazas entre los miembros del B9 y la TSI, a pesar de su apariencia de unidad en las cumbres. Aun así, el formato B9, por ejemplo, tiene el potencial de promover la cooperación práctica y la consulta periódica sobre cuestiones de seguridad nacional.
En los últimos meses ha habido indicios de mejora en la cooperación en el espacio oriental del Área NATO. Hacia finales de 2019, las relaciones políticas de la República Checa con Moscú se deterioraron después de una larga fase de tanteo a lo largo de 2019, Praga, incluso en asuntos de seguridad. Y después de las elecciones parlamentarias de marzo, el gobierno eslovaco, que había tratado de intensificar la cooperación con Rusia, fue reemplazado por un gabinete menos proclive. Si bien Austria es militarmente neutral, la mejora de las relaciones con Washington y el apoyo de Viena a un gasoducto a través de Bulgaria, Rumanía y Hungría fortalecerá la seguridad energética regional, que se corresponde con otro objetivo polaco.
Existen limitaciones a las aspiraciones regionales de Polonia ya que no son apreciadas por igual entre sus vecinos, existen diferencias políticas significativas. La República Checa y Austria siguen apoyando el gaseoducto “Nord Stream 2”, que Polonia ha considerado durante mucho tiempo una amenaza directa a su seguridad energética, algo que se reitera en la ESN 2020; además, Hungría mantiene estrechos lazos con Rusia.
Si bien los vecinos regionales de Polonia valoran los formatos tipo TSI como elementos en sus relaciones transatlánticas, sus prioridades son los vínculos bilaterales directos con Washington, lo que limita hasta cierto punto el que Polonia pueda aprovechar la influencia estadounidense en la región. Como un estudio del Centro Internacional de Defensa y Seguridad de Estonia (ICDS) diagnostica el dilema polaco al señalar que es “demasiado grande para ser pequeña", a la vez que es "demasiado pequeña para ser grande".
La ESN es un claro enunciado de la soberanía polaca. Ejerce su identidad mediante actividad en el concierto internacional, sin condicionarla a otros poderes. Los intereses de Polonia, y su traducción en objetivos, constituyen la esencia de un documento de redacción escueta y precisa. Mediante sus ESN es posible conocer el itinerario de la política polaca, pues el vínculo entre gobernanza y adaptación al medio es real, dentro de un continuum estratégico.
España ante el posCovid-19
El ejemplo de Polonia en el plano geopolítico es relevante, y su comparación con España es significativa pues por su entidad demográfica y económica pueden ser comparables. Polonia tiene 10 millones de habitantes menos que España, el PIB nominal está 7 puestos detrás de España (15-22) pero ahí acaba la comparación, porque el verdadero desajuste proviene de la cultura estratégica. En realidad, lo que diferencia a Polonia de España en el aspecto geopolítico es que, tanto en el Estado como en la sociedad polaca tienen conciencia de peligro para la supervivencia de su entidad, mientras en España no se explicita.
La falta de identidad estratégica de España se puso en evidencia tras los ataques acaecidos en Madrid el 11 de marzo de 2004 (11M) y se ha mantenido refrendada por los hechos. A las protestas que siguieron a los ataques, el nuevo Gobierno implantó una política exterior errática, burocrática, ajena al empleo del poder político y ausente de protagonismo en los foros internacionales. Los efectos del 11M contemplados pasados más de tres quinquenios son los propios de una derrota. Para ejercer poder internacional hay que poseer capacidad de disuasión ejerciendo poder en los ámbitos económico, diplomático, informativo y militar.
Se puede identificar un punto de valoración, no muy lejano, de la actual falta de impronta geopolítica del Estado Español. El 19 de enero de 2020 la canciller Merkel convocó en Berlín, para tratar la guerra en Libia, a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Turquía, Italia, Egipto y Argelia, organizaciones internacionales como la Unión Europea, la Unión Africana, la Liga Árabe y la ONU. Los acuerdos alcanzados fueron efímeros y quizás lo más relevante es la evidencia que Merkel tiene capacidad de convocatoria, incluso a la UE.
La reacción del Gobierno español fue la de mirar a la UE y, en plena crisis, centrarse en la política interior y apoyar aspectos populistas de moda. La pregunta sigue en pie: ¿por qué Merkel no convocó a Madrid? En Relaciones Internacionales sólo cabe una respuesta: irrelevancia estratégica. No se cuenta con España para resolver los problemas que le afectan directamente como Estado. ¿Cómo se ha llegado a esa situación?
La falta de cohesión nacional en España es evidente con casos de sedición territorial y reiteradas muestras de desobediencia institucional y las demandas de independencia y más “autogobierno” desde medios oficiales. El hecho de que el independentismo activo quede institucionalizado, al ser elemento permanente de influencia en el apoyo político a la gobernanza, pone en el absurdo la posibilidad existencial de concebir la Seguridad Nacional.
Partiendo de esa situación, la pregunta de fácil contestación es: ¿en el mundo pos-Covid-19 puede España sobrevivir sin reinventarse? Respuesta: no parece viable. Repregunta de fácil respuesta. ¿cómo se reinventa? Con un Estado viable. ¿Qué se necesita para ser un estado viable? Identidad, cohesión y soberanía. ¿Para qué? Para el ejercicio del poder en beneficio de los intereses españoles.
A falta de ideas propias se recurre en política al empleo reiterado del discurso de la “contradicción en términos” que, mediante su utilización en cualquier relación problema-solución, acomoda el absurdo a la normalidad política. Hecho estéril, pues constituye un factor de absoluta pérdida de confianza nacional e internacional, al constatar la carencia de proyecto nacional, algo difícilmente reparable en las relaciones de poder.
En estas circunstancias, el ejercicio del poder soberano del Estado no es posible, y así se ha puesto en evidencia práctica durante la Pandemia vírica. Pueden articularse todo tipo de narrativas, pero la realidad es que el Sistema de Seguridad Nacional no funcionó, posiblemente porque no estuviese constituido y el Estado tardó más de dos meses en hacerse con un relativo control de la emergencia. Parece que se nota cierta sensación de alivio cuando desde Bruselas se nos reconduce por el “camino correcto”. Holandeses, austriacos, alemanes, franceses y fineses también determinan nuestro presente y futuro. Esta acción les viene inspirada por un principio de valor universal: sus propios intereses nacionales. La huida permanente a Bruselas es un síntoma de falta de identidad.
Cambiar el chip
El reto PosCovid-19 es global: la adaptación a un nuevo contexto social, económico y tecnológico que no se conoce a medio plazo, algo que pone en ascuas a los más conspicuos internacionalistas. Es opinión ampliamente compartida que el Covid-19 es un traumatismo que ha acelerado tendencias ya en marcha, aspectos de índole tecnológica, económica, social y política, con sus consecuencias geopolíticas. El resultado a medio y largo plazo de estos cambios está por ver, pero no parece una buena decisión adoptar la postura de esperar y “verlas venir”.
En estas condiciones, con un Estado hipotecado financieramente, ante una evolución tecnológica pendiente, con una desestructuración nacional progresiva, con un hipersector público redundante, con usos políticos arcaicos y bajo presión regional, España tiene que luchar por su existencia en el nuevo ambiente. Para ello debe emplear el pensamiento estratégico, dejar la burocracia como instrumento de solución y apoyarse en la creatividad para innovar.
El pensamiento estratégico, algo que no forma parte del bagaje político español, se construye sobre realidades, se basa en la información y en el consiguiente conocimiento, y sus efectos se deducen desde un enfoque holístico. Su vigencia se proyecta a medio y largo plazo, las “sorpresas” en el ámbito estratégico son fallos de concepción. La estrategia y el corto plazo son incompatibles, la primera es una posibilidad de éxito, la segunda garantía de fracaso.
La competición mundial está servida y aquel que no encuentre su sitio en el nuevo “desOrden” se debatirá entre la irrelevancia y la extinción. Es muy probable que del multilateralismo se pase a una realidad de acuerdos entre diversas partes que se corresponda con una nueva versión de la globalización constituida de autarquías económicas en régimen de colaboración/ competición.
La percepción del mundo cambia conforme lo hacen las consecuencias del impacto de las amenazas. A medida que los países emergen de la crisis vírica a diferentes velocidades y con distintas implicaciones para sus economías, es muy probable que la distribución relativa del poder entre los Estados cambie, lo que intensifica los desafíos para el estatus internacional hasta ahora existente. Los países que se esfuercen por adaptarse al cambio ganarán influencia relativa. Para un país como España, al que no se le considera como potencia media, la necesidad de definir un nuevo conjunto de objetivos estratégicos, para llegar a serlo, se convierte en un imperativo.
Si España se decidiese a aspirar a potencia media necesitaría comportarse a lo “polaco”, ejercer una personalidad proactiva con criterio en la definición y obtención de sus intereses nacionales, subirse al carro de la creatividad innovativa y apostar por una fuerte inversión en la formación de redes de socios, para disponer de “masa crítica” de intereses comunes. Para ello será necesario tanto una visión estratégica atractiva, así como una gran cohesión nacional.
Aspecto importante que el Covid-19 también ha puesto de manifiesto es la necesidad de reflexionar sobre cómo funciona España y su significado para los españoles. Sería normal tras la pandemia preguntarse si, siendo el primer deber de un Gobierno el ejercicio de la Seguridad Nacional para salvaguardar la población de amenazas externas, garantizar la seguridad interior y proteger la calidad de vida de su pueblo, es susceptible de delegación.
Francis Fukuyama afirma que “Ya está claro por qué algunos países lo han hecho mejor que otros en la gestión de la crisis hasta ahora, y existen todos los indicios para pensar que esas tendencias continuarán. No es una cuestión de tipo del régimen político. Algunas democracias han tenido un buen desempeño, pero otras no, y lo mismo es cierto para las autocracias. Los factores responsables de las respuestas pandémicas exitosas han sido la capacidad del Estado, la confianza social y el liderazgo. Los países con los tres factores, un aparato estatal competente, un gobierno en el que los ciudadanos confían y escuchan, y líderes eficaces, han tenido una gestión eficaz, limitando el daño que han sufrido. Los países con Estados disfuncionales, sociedades polarizadas o liderazgo deficiente lo han hecho mal”.
Se debe reflexionar sobre el motivo de que todo lo básico que se necesita para hacer frente a una emergencia nacional tal como: Sistema de Seguridad Nacional, estados de alerta y alarma, medios y stocks, procedimientos, sistema de movilización etc., simplemente, no se tratan a nivel político ni forman parte del debate nacional. No se trata de abrir “un periodo constituyente” ni de promulgar una nueva ley de Seguridad Nacional, cúmplase la Constitución, en su letra y espíritu, y explíquese a la ciudadanía por qué no se aplicó la ley vigente de Seguridad Nacional.
A modo de epílogo
Las deficiencias de la multilateralidad durante la pandemia han llevado a los observadores a deducir que, en este tipo de situaciones, ante un peligro cierto, los ciudadanos buscarán protección en sus países, y los gobiernos se afanarán en proteger a su población a expensas de cualquier otra consideración. Los acontecimientos de los últimos años, especialmente la última crisis financiera mundial, prueban que los Estados cohesionados son capaces de responder coordinadamente a los desafíos globales compartidos, siempre que sus líderes tengan una concepción clara de sus intereses nacionales a largo plazo.
El futuro está aquí y hay que afrontarlo con un aparato estatal competente, un gobierno en el que los ciudadanos confíen, y líderes eficaces y eficientes.
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Enrique Fojón Lagoa es Coronel de Infantería de Marina (Ret) y Doctor en Relaciones Internacionales. Forma parte del equipo de investigadores del Centro de Seguridad Internacional del Instituto de Política Internacional.
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