Armando Chaguaceda
Un pueblo tampoco se refunda, General, como se instala un paladar.
Iván de la Nuez
El ensayista y curador cubano Iván de la Nuez acaba de publicar su largamente postergado Cubantropía. En la obra, según sus palabras, el autor repasa “los efectos culturales de las políticas que han pretendido atenazar o liberar a Cuba en las últimas décadas”. Adicionalmente, el libro combina una mirada desde la política de la cultura -aquella forma específica en que Norberto Bobbio ubicaba la incidencia pública del intelectual- y un diagnóstico de las culturas políticas -de distinto signo ideológico, afinidad republicana y devoción mercantil- que caracterizan al sujeto trasnacional cubano.
También puede leerse Cubantropía como una biografía intelectual, pues de la Nuez es uno de los exponentes de esa generación -simultáneamente reformadora y rupturista- que irrumpió con fuerza en el panorama sociopolítico y artístico de la Cuba de fines de los 80. Procurando “conquistar la contemporaneidad estética allí́ donde sus padres habían petrificado la contemporaneidad política” los hijos de la Revolución -profesores universitarios, artistas plásticos, roqueros, poetas- descubrieron entonces que esta “se había convertido en el Estado, que El Enemigo, con mayúscula, también servía (como en el cuento del lobo) para que una jerarquía autoritaria aplastara el menor intento de cambiar desde dentro”. Una triste historia que se repite, cada cierto tiempo, abonada por esa anemia de Memoria que posibilita, al tiempo, la repetición de la herejía -con su mezcla de esperanza y errores- y la perpetuación, apenas maquillada, de la clausura. Como revela la razzia actualmente en curso en contra del novísimo movimiento artivista de la isla.
Estamos ante una brújula post. Brújula porque el libro nos permite ubicarnos y movernos, en lo diacrónico y lo sincrónico, por los tejidos sociales, las narrativas políticas, las poéticas y las fronteras de las Cubas vividas y soñadas. Post, porque los procesos de ese país que se narra constituyen un maridaje -sin duda complejo, pero no tan excepcional si de globalidad hablamos- entre los fórceps de un Estado de matriz soviética, un Mercado movido por las dinámicas capitalistas -sean chinas, miamenses o habaneras- y una Sociedad que cambia cada día al paso de la onerosa desigualdad y la saludable diversidad. Poscomunistas y posliberales son las realidades y seres que Iván retrata en su colección de pequeños -y sustanciosos- textos.
Postcomunista y postliberal es el autor mismo. Exponente de esa franja -¿sociológicamente residual o políticamente invisibilizada?- de la diáspora cubana, identificada con un progresismo democrático, capaz de recuperar y repensar las prácticas verdaderamente republicanas, frente a la inercia dominante del leninismo y el neoliberalismo. Lo post aquí implica superación incluyente -antes que negación dogmática- de los ideales de justicia y libertad -y de sus mutaciones groseramente cuartelarias y mercuriales-, característicos de los paradigmas modernos del socialismo y el liberalismo. De la Nuez opera en los registros intelectuales y cívicos de esa onda post; misma que anima hoy buena parte del mejor análisis y activismo globales.
En su recorrido dinámico -el libro asemeja un vagón de ferrocarril que transita por estaciones disímiles, algunas de las cuales invitan a bajarse y sumergirnos, in situ, en el agreste y pintoresco paisaje- de la Nuez aborda temas nodales de la política cultural, la cultura política y las políticas de la cultura de la Cuba de los últimos treinta años. Repasa la recuperación estatizada del nacionalismo, con la que la dirigencia cubana -negada a la Perestroika por mandato de su Máximo Líder- enfrentó los derrumbes ideológicos y complejos psicológicos de 1989. Amalgamando Identidad, Patria y Revolución, en un esquema donde, nos recuerda el autor “el derecho a la diversidad que reclamaba a escala mundial no solía cumplirlo a escala nacional.”
En la crónica El año que tumbamos el muro 1989-1999, el autor narra su periplo por Europa del Este, en aquella explosión liberadora que sacudió los regímenes y personas al oriente del Elba. Al estilo de otros intelectuales del momento -Garton Ash, Judt, Snyder- de la Nuez se enfrasca en una relectura del derrumbe comunista, confesando haberlo vivido inmerso en una suerte de epifanía ideológica. Relectura dual que, como suele suceder con las mentes sagaces -recuérdese la frase famosa de Scott Fitzgerald- le permitió registrar el desencanto con un modelo reformable, al tiempo que corroborar la asunción acrítica del paradigma capitalista. Ser testigo del paso “del kitsch comunista al kitsch occidental”. Del tránsito de compañero a consumidor, sin haber sido jamás -por imposibilidad, elección o por mezcla de ambas- ciudadano.
Desgraciadamente, esa lucidez postcomunista y postliberal no anidó en las cabezas del Egócrata y su leal burocracia insular. Los cuales condenaron a la generación -intelectual, en sentido restringido; amplia, atravesando todos los estratos sociales- a escapar del Paraíso. A inventarse, desde la beca de un posgrado mexicano, un chiringuito catalán o sobre las balsas del Estrecho de la Floria, un sitio y un futuro. Cualquier cosa que supliese, en la nación portátil de un librero, una mesa o una laptop, el país que le robaron. “El año 1989 se saldó -recuerda el autor- con la clausura de los proyectos más interesantes de los intelectuales cubanos nacidos con la Revolución y que, a través de la cultura y el arte, habían pedido la conjunción de su crecimiento cultural con una apertura política que estuviera a la altura”.
En El destierro de Calibán, de 1996, el ensayista repasa la problemática del exilio, fenómeno que marca -en la historia como en el presente- a una Cuba obsesionada con su gran destino, cuasi providencial. Porque “Dominados por La Revolución, La Patria, El Exilio o La Causa, los cubanos han vivido demandados, hasta la saturación, por los grandes problemas (…) Es decir, han vivido frente a la historia”. Lo que nos pone en una realidad compleja que “no se trata solamente de una fuga desde una realidad económica precaria (como suele decir el gobierno cubano), ni de una disidencia exclusivamente política (como acostumbra a decir la jerarquía oficial del exilio). Se trata, ante todo, de un fenómeno de orden cultural bastante dramático”. Un fenómeno que lleva al cubano a escapar de un tiempo y un espacio confiscado hasta la asfixia por la política; lo que genera en la masa diasporizada una anulación -equívoca, reparadora - de lo político. Corroborando lo visto y descrito por Claude Lefort, por esas mismas fechas, en los escenarios de las sociedades postotalitarias y poscomunistas.
En su texto Demócrata, poscomunista y de izquierdas, Iván declara la imposibilidad de “separar mi posición sobre Cuba de la que tengo acerca de ese mundo”. Adelantando su visión de la condición poscomunista como aquella que procura “utilizar la energía crítica empleada en el antiguo sistema para actuar, también de manera crítica, ante la actual apoteosis del capitalismo y frente al fracaso cultural de las estrategias liberales en los países del Este.” Algo en sintonía con las ideas del reciente libro Iván Krastev y Stephen Holmes (La luz que se apaga…), en el que convocan a la ciudadanía e ilustración democráticas a un examen autocrítico de las promesas y desencantos de las utopías post-89. Sin embargo, aclara el escritor, el foco de su polémica no son sus pares conservadores o liberales. Porque le interesa “dirigirla al interior de la izquierda. Por una parte, hacia esa izquierda solazada en la academia y en el trasiego curricular del asunto cubano desde los campus del exilio. Por otra parte, hacia algunos ideólogos dentro de la isla”. Y lo hace desde las coordenadas de una “nueva izquierda -que entienda la democracia no como el fin último de la política, sino como el grado cero para la actuación directa de la sociedad civil en la toma de las decisiones políticas”.
La temporalidad a contracorriente de los procesos históricos cubanos -esa que nos hace llegar mal y tarde a decisivos globales, desde las Independencias hispanoamericanas a las transiciones postdictatoriales- reaparece planteada en Spielberg en la Habana: un reporte en minoría (2003). Aquí el autor se plantea que “no será́ suficiente impulsar en Cuba la democracia tal cual existe hoy en Occidente, pues el país arribará a ella cuando ésta pasa por una revisión crítica en todas las comarcas, no sólo las de la izquierda.” Que esta tesis de plantee de forma tan temprana -cuando la alerta sobre la crisis mundial de las repúblicas liberales de masas fue ganando consenso apenas a inicios de la siguiente década- da nuevamente fe de la agudeza analítica -y no meramente opinática- del ensayista.
Profundidad que reaparece en Apoteosis Now (2015), enmarcada en una extraordinaria síntesis explicativa de las reformas raulistas, a las que el autor entiende como algo sustancialmente opuesto a la apertura política. Pues “Su objetivo inmediato propugna un ajuste del sistema a base de conectarlo con la economía de mercado, relajar una política migratoria propia de la Guerra Fría, restablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos o cambiar el discurso del rigor del sacrificio por el de los beneficios del trabajo. Esto es, tunear el socialismo cubano de cara al siglo XXI sin comprometer el poder de la cúpula dirigente ni ceder en lo político aquello que se tolera en lo económico. Una versión del modelo chino, como en otra época se apostó a una versión del modelo soviético”.
En su reflexión, de la Nuez inserta la apuesta del suigéneris gatopardismo criollo dentro de una proliferación de iliberalismos globales, que abarca las dictaduras tradicionales, las oligarquías poscomunistas y las monarquías petroleras. Coincidentes todas bajo el esquema de un capitalismo selectivo, que “se incrusta en las élites y en unos gobiernos que legislan para él (que no para todos los capitalistas) como premio a su lealtad (que no a su capacidad competitiva)”. Situación esta, que le lleva a ubicar el presente cubano en la posible transición entre la predemocracia y la posdemocracia. Estación esta última donde, a su arribo, los neonatos ciudadanos cubanos encontrarán con los primos encandilados por el populismo de Donald Trump. Quién (ver La trumpada, 2016) parece significar el “puntillazo a una tradición liberal que ha ido dimitiendo de las libertades en nombre de la economía, y de los derechos humanos en nombre de la seguridad”.
economía, y de los derechos humanos en nombre de la seguridad”.
El libro cierra (Interrupción: dos futuros se te van pensando 2019-?) como mismo inicia: con una duda preñada de riesgos, pero también de posibilidades contenidas. Poniendo sobre la mesa las variables del socialismo, el capitalismo y la democracia, el autor se pregunta “¿En qué proporciones se mezclarán todas estas dosis de porvenir? ¿Y qué destino le depararán tales ecuaciones a Cuba?”. Y si bien caracteriza el orden presente como “la mezcla de partido único con economía privada, una cierta envidia oficial por el modelo vietnamita y una generación de millennials para la que no funciona el mesianismo como estilo político ni el sacrificio como vehículo de una redención futura”, de la Nuez no se regodea con una resignación cínica, disfrazada de postura inteligente. Porque si bien nos dice que “la Cuba de hoy, presumiblemente no está obligada a hacer otra revolución” también apunta a que “las nuevas generaciones sí están obligadas a poner su reloj en hora, a canalizar su cólera y a convertirse en las contemporáneas políticas de su propio proyecto”. Tamaña empresa, en caso de realizarse, encontrará en Cubantropía una hoja de ruta -falible pero auténtica, imperfecta pero sincera- para no extraviarse en los caminos, siempre confusos, de la emancipación.
Cubantropía: una brújula post
Iván de la Nuez
Editorial Periférica, 2020
376 páginas
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Armando Chaguaceda, Politólogo e historiador. Miembro del Consejo Académico del Centro Convivencia, forma parte del equipo investigador del Centro España-Cuba Félix Varela.
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