Pedro Francisco Ramos Josa
En un entorno internacional de naturaleza incierta, donde la promesa de un orden kantiano de paz y cooperación entre naciones democráticas ha dado paso al regreso de un mundo hobbesiano dominado por la pugna entre regímenes de distinto signo político, la Unión Europea se encuentra a medio camino entre ambos escenarios. Diseñada para pilotar el proyecto postsoberano, está mal equipada para desenvolverse en el entorno competitivo actual. La esperada respuesta de los líderes europeos se ha materializado en el logro de su Autonomía Estratégica, un concepto que debería permitir a la Unión lograr el estatus de actor estratégico internacional.
Como se señala acertadamente desde Politico “la Autonomía Estratégica es el último eslogan de la Unión Europea, su etiqueta para el impulso del bloque de cara a aumentar su autosuficiencia e impulsar su propia industria como consecuencia de la pandemia del coronavirus. Tras el lema América Primero, y la estrategia de Pekín Hecho en China 2025, representa el giro introspectivo del viejo continente. Pero antes de que puedan implementarlo, los líderes de la Unión Europea (UE) deben estar de acuerdo sobre qué significa exactamente”[1].
Por lo tanto, se presentan dos cuestiones clave profundamente interrelacionadas. En primer lugar, determinar el significado y alcance del concepto de Autonomía Estratégica; y en segundo término, y no menos importante, anticipar las repercusiones que puede generar su implementación en la relación con el principal aliado de la UE en asuntos de seguridad y defensa, Estados Unidos. Como veremos a continuación, ambas dimensiones son dos caras de la misma moneda, y no se puede abordar la una sin la otra. (Seguir leyendo)
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Pedro Francisco Ramos Josa, colaborador del Centro de Seguridad Internacional del Instituto de Política Internacional
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