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Centro para el Bien Común Global

El terrorismo como enemigo

Fernando del Pozo * 

  Hemos visto con fascinación estos días a los más altos dirigentes de la OTAN – Jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Londres para una de las bienales “cumbres”– tropezarse con los cordones de los propios zapatos a la hora de definir nada menos que el rumbo que la OTAN debe de tomar a partir de ahora. El detonante principal de este debate ha sido, al parecer, la decisión turca, ciertamente difícil de asimilar para los demás aliados, de atacar a los kurdos en territorio sirio, a los mismos kurdos que hasta ayer eran, y deseaban seguir siendo, aliados de las fuerzas lideradas o apoyadas por los EEUU en su victoriosa lucha contra el Daesh, con la no muy sólida justificación de que son terroristas. 


En estos tiempos en que se usa y abusa de la palabra “narrativa” es notorio que tanto partidarios (no muchos, parece) como también desgraciadamente los críticos de la acción turca han comprado la narrativa que convierte a la entera comunidad kurda (¿nación sin estado? ¿pueblo dividido y sojuzgado? ponga estos u otros calificativos según le plazca dependiendo de sus afinidades políticas dentro del increíblemente variado muestrario que presenta la España de hoy) en una organización terrorista.


Efectivamente, el Presidente Macron, en su pública y combativa conversación con el presidente Trump, tras aludir – perceptivamente - al hecho de que no existe una definición universalmente admitida de terrorismo, ha defendido que la OTAN declare al terrorismo como la amenaza a combatir. Ha comprado la narrativa turca, aunque encomiablemente ha tratado de usarla para desviar el punto de mira de los amenazados kurdos. 


No sorprendentemente, la resultante Declaración oficial de la Cumbre menciona al terrorismo no menos de 25 veces, las mismas que en la anterior Declaración de Bruselas, pero un formidable salto desde las mucho más contenidas alusiones al terrorismo en todas las Declaraciones anteriores. 


Como el Presidente Macron ha recordado, en la Naciones Unidas se ha intentado varias veces sin éxito consensuar una definición común de terrorismo, y el fracaso ha sido tan estrepitoso que hace tiempo que no se ha vuelto a intentar. Fracaso fácil de comprender, porque cada parte interesada trata de cocinar la definición de manera que encaje como un guante en los que identifica como enemigos, y por supuesto exonere las acciones propias en aquellos casos en que son sospechosas. Maniobras no siempre cargadas de razón, por decirlo suavemente. Así se hizo famosa la frase “your terrorist is my freedom fighter”. Y viceversa. Frase que encaja, por cierto, como anillo al dedo en la situación que ha provocado este debate. 


Pero el problema no está tanto en la incapacidad para consensuar una definición como en el hecho de que el terrorismo no es una ideología, un movimiento, una comunidad, ni nada que pueda objetivarse, identificarse con un área geográfica, una etnia, un pueblo (ver más arriba) o algo similar. El terrorismo es un medio de acción, un arma que puede ser empleada por una gran variedad de actores, en el campo internacional o en el nacional. Actores desalmados, sin duda, de un grado de inmoralidad difícil de abarcar, pero que usan tal arma de manera deliberada, eficaz e inteligente. Pero poner el punto de mira en el arma en lugar de en el actor que la utiliza sería similar a tratar de destruir los cañones o fusiles de un enemigo en lugar de reducir al enemigo en sí, entre otras razones porque si se le priva de un arma no tardará en encontrar otra, tal vez aún más malvada. 


Teniendo esto en cuenta, declarar enemigo al terrorismo no es un error estratégico, es un error conceptual, y ello tiene consecuencias. Si en el nivel político se cometen errores conceptuales, inevitablemente estos teñirán y permearán los documentos de nivel estratégico, y estos a su vez a los de niveles inferiores. Estoy viendo al Estado Mayor de SHAPE tratando de cocinar un plan de operaciones en el que el enemigo sea el terrorismo. ¿Cuál? ¿Quién? preguntarán los angustiados oficiales del Estado Mayor a sus superiores, ¿es Al-Qaeda el enemigo a batir? ¿habrá que invadir de nuevo Afganistán? ¿tal vez Boko Haram, y vamos a operar en el Sahel? ¿seleccionamos unidades para el desierto o para la montaña? ¿tal vez fuerzas navales? No, será la clarificadora respuesta, es “el terrorismo”. Esté donde esté. 


En realidad, este debate no es totalmente nuevo, y no me refiero a aquellos casos más o menos lejanamente históricos en los que la fuerza de un estado recurría a crueles represalias sobre la población civil hostil para reducir su resistencia (sin duda el Presidente Macron recordará que el primer uso de la palabra “terror” en el contexto político fue acuñado en la Revolución Francesa). Pero creo que un ejemplo más adecuado y algo menos remoto es el de la mina naval. 


Cuando apareció se la consideró algo tan depravado – “máquinas infernales” les llamaban - que no era propio de caballeros usarlas (sea cual sea el significado del apelativo “caballero” en el contexto de las relaciones internacionales). Efectivamente, era un arma indiscriminada, que mataba con imparcialidad a civiles y militares, a enemigos o a neutrales. Pero al menos a nadie se le ocurrió declarar a la mina enemigo, haciendo abstracción de quién la usaba. Se trató, con escaso éxito, de proscribir a sus usuarios relegándolos a la categoría de enemigos de la humanidad. El hecho de que China estuviera entre los primeros utilizadores sin duda contribuyó, apelando los sentimientos racistas, a la inicial demonización de la mina. 


Pues bien, el hecho de que con el tiempo el uso de la mina haya prevalecido sobre su oprobio, y ya no se consideren como parias o proscritos a los que la usan, no debe obligarnos a llevar el inicial paralelismo demasiado lejos y absolver al terrorismo de todo pecado: es intrínsecamente malvado, inhumano e inaceptable, y esto no hay quien lo cambie. Pero, una vez más, es un medio de acción de un enemigo, no es el enemigo. Si tratamos de enfocar la estrategia de la OTAN en combatir el terrorismo, nos podemos encontrar con las manos vacías si el mismo oponente u otro distinto recurren a otro medio de acción igualmente cruel o más pero que no pueda ser enmarcado dentro de la definición formal (si algún día se acuerda) o informal de terrorismo. 


El Daesh, Talibán, Al Shabab, Al-Qaeda, Boko Haram y otros muchos en el ámbito internacional, o el IRA, la ETA, las FARC, el Sendero Luminoso, pero sobre todo no nos olvidemos ahora del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), en el nacional (y por tanto objetivo de las fuerzas de la ley, no directamente de las de defensa), son enemigos porque se oponen a nuestros valores, y porque para promover los suyos recurren al terrorismo, proceso en el que toda legitimidad que pudieran tener sus originales objetivos desaparece. De hecho, la explicación (que no excusa) habitual que ofrecen del porqué del uso de un arma tan cruel es que es el único medio al que pueden recurrir dada su inferioridad en fuerzas convencionales (aunque disfrutan en cambio de superioridad moral, aducen, ya que Alá, la voluntad del pueblo, sus sentimientos, etc., están de su parte). 


Es importante observar que ninguna, pero ninguna, de las organizaciones terroristas citadas y una miríada más, representan en realidad a la totalidad del grupo social, étnico o nacional que dicen representar, y cuya titularidad secuestran para dar marchamo de legitimidad a su causa. Esto desde luego, en nada diferente de lo que declaran los partidos políticos respecto a los grupos sociales que dicen representar, no facilita la individualización del enemigo, el genuino enemigo, el que se vale del terrorismo para sus fines. 


En el ámbito del terrorismo nacional este problema es menos grave, ya que las fuerzas de la ley, asistidas por la justicia, pueden infiltrarse, pueden identificar a los individuos que lo llevan a cabo, arrestarlos y juzgarlos sin que por ello sufra el grupo al que dicen representar. Pero en el ámbito internacional, que es el de la OTAN, el asunto es mucho más peliagudo. Las fuerzas militares no tienen ni la capacidad, ni el conocimiento del ámbito social (¡nunca habían estado allí antes!) ni el apoyo judicial local para operar de manera similar a la de las fuerzas de la ley. Además, las escasas reglas que diferencian el ámbito de la confrontación internacional de una selva son más bien restrictivas para el militar en tal tesitura: principalmente la de no intervenir, es decir no invadir, salvo que las Naciones Unidas lo acepten explícitamente, o lo haga el (dudoso) gobierno local, frecuentemente fallido. 


Es por ello por lo que, en el ámbito internacional, es decir el de la defensa, hay que ser muy cuidadosos a la hora de consignar conceptos al papel, porque los resultados pueden ser negativos. La OTAN ha tenido generalmente cierto pudor en identificar al adversario por su nombre, y como prueba de ello está el propio Tratado del Atlántico Norte, en el que la Unión Soviética, el enemigo evidente contra cuya agresividad el Tratado se estableció, no figura con su nombre en todo el texto. Felizmente, podemos añadir, ya que ello ha permitido conservar la Alianza y su texto fundacional. Pero ese pudor, tal vez la causa de la metáfora de referirse a un enemigo por el arma que usa, lo ha ido perdiendo últimamente, y en aras de la claridad en las últimas Declaraciones figura Rusia, bien que con la excusa del NATO-Russia Council. En ésta última de Londres, además de poner a Rusia los puntos sobre las íes (muy bien puestos) por las tropelías que está cometiendo, aparece, gran novedad, China. 


Pues bien, como ya somos menos pudorosos hagamos completo el viaje hacia la claridad. No nos quedemos en medias tintas: si hay que mencionar el terrorismo, abandonemos metáforas y digámoslo con todas las palabras: la amenaza es Boko Haram (sin duda muy presente en la mente del Presidente Macron), es Al-Qaeda, y son los otros compañeros de fechorías que otros, con más conocimientos que el que esto firma, puedan añadir a la lista, pero no el abstracto terrorismo. 

  

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Fernando del Pozo García, Almirante (R), miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Militares 

 

 

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