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  • Centro para el Bien Común Global

La OTAN, América Latina y España: pensar lo impensable

Román D. Ortíz 

  

El panorama parece muy poco propicio para hablar de la proyección de la Alianza Atlántica fuera del Viejo Continente y aun menos para hacerlo sobre su posible papel en América Latina donde la organización es desconocida por muchos y rechazada por otros cuantos. De hecho, la OTAN enfrenta una coyuntura critica definida por el ascenso de la agresividad de Rusia que se ha materializado en la agresión contra Ucrania y la urgencia de redefinir el papel de la organización en el nuevo escenario internacional que debe resolverse con la aprobación del nuevo concepto estratégico en la Cumbre de Madrid, pero que todavía necesitará de desarrollos posteriores. Así las cosas, ¿quién necesita abrir un nuevo frente en una región que parece secundaria para las preocupaciones y necesidades de la Alianza? 


Tal vez un primer punto a tener en cuenta es que, en realidad, la Alianza Atlántica ya está en América Latina. Para empezar, tres socios de la OTAN poseen territorios en aguas del Caribe cuya seguridad está cubierta por el tratado del Atlántico Norte. Tal es el caso con Curazao, San Martin y otras islas menores (Holanda); Guyana francesa, Guadalupe, Martinica y Les Saintes (Francia); y Anguilla, Bermuda, las islas Caimán y otros territorios (Reino Unido). Además, las aguas por encima del Trópico de Cáncer – la totalidad del mar Caribe – también están cubiertos por el tratado fundacional de la Alianza y su famoso artículo 5 que promete asistencia en caso de una agresión contra uno de los socios. Finalmente, en lo que fue su movimiento más importante hacia América Latina, la OTAN incorporó a Colombia dentro de su programa de “Socios Globales” en 2017. Con ello, la alianza comenzó un programa de cooperación con el país andino en áreas como contrainsurgencia, antinarcóticos y desminado humanitario 


Desde luego, ninguna de estas cuestiones contradice el hecho de que América Latina ha sido un área secundaria para la Alianza. Hay dos razones principales para ello. Por un lado, tras el final de la Guerra Fría, el escenario latinoamericano no albergaba amenazas significativas y, desde luego, ninguna de ellas encerraba en potencial para desestabilizar a los socios europeos y norteamericanos de la Alianza. Por otra parte, los problemas de seguridad enfrentados, principalmente vinculados a la emergencia de grandes grupos de crimen organizado, podían ser enfrentados por los EE.UU. en solitario. De hecho, fue Washington quien puso en marcha un robusto programa de cooperación militar con Colombia a partir del año 2000 y también quien impulso una ambiciosa agenda de colaboración contra el crimen organizado con un buen número de países del Hemisferio. En este marco, la ausencia europea fue casi total con la excepción de algunas iniciativas británicas, pequeñas en tamaño, pero suficientemente bien concebidas como para tener un impacto relevante. (Seguir leyendo) 

  


Román D. Ortiz es analista del Centro de Seguridad Internacional (CSI) 

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