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Lecciones de las guerras en Ucrania y Gaza: un aviso a los países de la OTAN

Actualizado: 23 oct



Por Javier Gil Guerrero

Colaborador del CBCG. Investigador, Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra




Occidente lleva más de tres décadas preparándose para el tipo de guerra equivocada. Aunque la invasión rusa de Ucrania no ha finalizado, y la guerra en Gaza sigue extendiéndose al Líbano y otros países de la región, tres años de guerra en Europa y un año de conflicto en Oriente Medio ofrecen ejemplos y lecciones más que suficientes para llegar a la conclusión de que los países de la OTAN necesitan replantearse seriamente su política de defensa. 

Desde el final de la Guerra Fría, los países occidentales han reducido de forma inexorable y sistemática los principales activos de sus fuerzas armadas. Las grandes formaciones de combate, la potencia de fuego y el blindaje pesado son ahora una fracción de lo que fueron en la década de los ochenta. Este régimen de adelgazamiento (que ha devenido en anorexia) se justificó mediante una nueva doctrina militar que defendía la idoneidad de unos ejércitos más pequeños, ágiles y sofisticados. Los bombardeos de precisión, la inteligencia electrónica y las fuerzas especiales se convirtieron en el paradigma que daría la victoria en el campo de batalla futuro. Los militares podrían ver perfectamente al enemigo en un “campo de batalla de cristal” y luego destruirlo desde la distancia o el cielo mediante bombardeos precisos y, ocasionalmente, mediante rápidas intervenciones sobre el terreno de pequeñas unidades perfectamente armadas y entrenadas. Una guerra limpia, rápida, precisa, de bajo coste y con bajas casi inexistentes. El grueso de la infantería, tan sólo necesitaría prepararse para labores humanitarias y de pacificación una vez lograda la victoria frente al enemigo. 

La piedra de toque de esta nueva aproximación a la defensa era una apuesta total por el desarrollo tecnológico de sistemas de armamento cada vez más complejos, caros y, por ello, menos numerosos que aquellos a los que sustituirían.  


Las guerras de los últimos treinta años parecían dar la razón a esta nueva doctrina. Las grandes operaciones militares se despachan en días o semanas.  La Guerra del Golfo apenas duró seis semanas de campaña aérea y cuatro días de campaña terrestre. La intervención en Yugoslavia fue una campaña aérea de diez semanas mientras que la invasión de Irak terminó en cinco semanas. En Libia bastó con doce días para la fase más intensa de bombardeos, liderada por Estados Unidos. En todos estos casos, el enemigo fue derrotado en gran medida desde el aire.  En los casos en los que sí hubo grandes despliegues de tropas, estas prácticamente se limitaron a cosechar la victoria abonada por los bombardeos, con el enemigo cayendo en sus manos como fruta madura. Esto explica la acción del enemigo sólo acabara con 147 soldados estadounidenses y aliados en la Guerra del Golfo, mientras que la invasión de Irak se llevase a cabo con el precio de tan sólo 172 soldados norteamericanos. La razón es que estas operaciones militares se llevaron a cabo contra países pobres, subdesarrollados o con unas fuerzas armadas profundamente mermadas por sanciones económicas o luchas intestinas. En ninguno de los casos mencionados, los enemigos de las coaliciones lideradas por Estados Unidos suponían un rival en el campo de batalla y el resultado de la confrontación se sabía desde antemano. 




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