Enrique Fojón Lagoa
Los orígenes del problema ucraniano se remontan a finales 1991 con la disolución de la Unión Soviética y la obtención de la independencia de Ucrania ese mismo año. En 1994 se firmó el “Memorándum de Budapest” en el que la Federación Rusa se comprometía a respetar las fronteras de Ucrania a cambio de que Kiev cediera su arsenal nuclear heredado de la Unión Soviética a favor de Rusia. Pero la configuración geopolítica pronto se impuso en Europa del Este, con la expansión de la OTAN. Las República Checa, Hungría y Polonia ingresaron en la Alianza en 1999, y entre 2004 y 2009 se unieron 9 países de Europa del Este, algunos de ellos antiguas repúblicas soviéticas. Años más tarde se unieron Montenegro y Macedonia del Norte.
Solo Bielorrusia, Ucrania y Moldavia quedaron como estados tapón entre Rusia y el área OTAN. Rusia siempre ha considerado que la adhesión de estos tres países a la OTAN significaría una amenaza y la sensación se intensificó con los resultados de la Cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest, en 2008, cuando la Alianza saludó la aspiración de Ucrania y Georgia para obtener la candidatura de ingreso, algo que desde el punto de vista ruso significaba una declaración de guerra entre Rusia y Occidente. Rusia inició una serie de enfrentamientos militares para evitar que estas dos repúblicas se unieran a la Alianza, comenzando con la guerra ruso-georgiana, en 2008, y la declaración por parte de Rusia de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, luego la guerra ruso-ucraniana, en 2014 con el anuncio de Rusia de la anexión de Crimea ucraniana.
El estado de la guerra en el Este de Europa sólo facilita el análisis parcial, debido a que el conflicto continúa y a que sus repercusiones son globales. (Seguir leyendo)
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Enrique Fojón, Coronel de Infantería de Marina (Ret). Investigador del Centro de Seguridad Internacional (CSI) de la UFV
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