José Luis Calvo Albero
Entre las muchas razones que llevaron a la creación de la OTAN, se encontraba el desigual balance de fuerzas militares, sobre todo terrestres, en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. La Alianza nació como el intento de algunos países europeos por neutralizar esa desigualdad mediante la unión y, sobre todo, mediante la voluntad de Estados Unidos de demostrar su compromiso en la defensa de Europa Occidental. La desigualdad de fuerzas se mantuvo durante gran parte de la Guerra Fría, hasta el punto de que la doctrina OTAN giró durante mucho tiempo sobre la necesidad de utilizar armas nucleares para compensar la debilidad en fuerzas convencionales frente a la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia. Esa situación cambió progresivamente a partir de los años 70, cuando se comenzó a hablar de una Revolución en los Asuntos Militares que podría compensar el número con tecnología y procedimientos novedosos.
La caída de la Unión Soviética cambió totalmente el concepto de balance de fuerzas, que en los años 90 se aplicó sencillamente a un equilibrio que resultase cómodo tanto para la OTAN como para los herederos de la URSS. Ese equilibrio se intentaba alcanzar en un escenario de distensión y reducción de fuerzas que se prolongó hasta los primeros años del siglo XXI. La actitud progresivamente más asertiva de la Federación Rusa y el crecimiento de su poder militar comenzaron a causar preocupaciones en los círculos de la Alianza, que se convirtieron en una clara sensación de amenaza a partir de la intervención rusa en Ucrania en 2014. Los miembros europeos de la organización se encontraban en una situación especialmente preocupante, pues décadas de distensión y de orientación hacia operaciones de paz y estabilidad habían erosionado muchas capacidades militares básicas. El renacimiento del poder militar ruso y la disposición del Kremlin a utilizarlo provocó una reacción, pero ésta no fue lo suficientemente rápida ni intensa como para evitar la crisis que desembocó en la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022.
En una Europa sacudida por el mayor conflicto en su suelo desde la Segunda Guerra Mundial, el papel de la Alianza Atlántica se ha visto muy reforzado y el concepto de balance y equilibrio de fuerzas ha vuelto a adquirir la máxima actualidad. Las prestaciones de las fuerzas armadas rusas en Ucrania se han mostrado muy pobres, pero eso no borra la certeza de que Rusia se ha atrevido a lanzarse a esa aventura precisamente por la percepción de debilidad política y militar en sus vecinos del Oeste. Surge ahora la idea de una arquitectura de seguridad nueva, que permita ejercer una disuasión eficaz sin que aparezca a la vez como amenazadora.
La tecnología y la capacidad para gestionarla es la clave para lograr ese objetivo, aunque el número sigue teniendo su importancia cuando se trata de utilizar la fuerza militar. En este capítulo se analizará cómo puede conseguir la Alianza esas capacidades que lleven a un balance de fuerzas que garantice la paz en Europa. La guerra en Ucrania está demostrando de manera muy clara por dónde debe ir el futuro de las capacidades, la organización y los procedimientos de los ejércitos europeos y cuáles serán las tecnologías clave en ese futuro. (Seguir leyendo)
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