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Ucrania, interés histórico alemán

Centro para el Bien Común Global

Eliseo Fernández Fernández 


  1. Introducción 


La situación de Ucrania en la actualidad ha sido analizada desde múltiples perspectivas tras el inicio del conflicto, desde su importancia económica en las redes de transporte de gas y petróleo, la división cultural de la población entre los más cercanos a Rusia y aquellos apegados a Occidente, los intereses geoestratégicos rusos en el mar Negro, su interés en asegurarse una posición privilegiada

a los mercados ucranianos, y a través de ellos en otros mercados de Europa Oriental, la confrontación entre Unión Euroasiática y Unión Europea, hasta el expansionismo de la OTAN hacía el este y la sensación rusa de cerco...etc. 

Parece, en cambio, que se ha tratado mucho menos el otro lado de la cuestión: no tanto qué intereses tiene Rusia en Ucrania, que parecen sobradamente conocidos para los interesados en la cuestión, sino qué motivos e intereses inspiran a Occidente, la Unión Europea y especialmente Alemania a tomar cartas en el asunto, influir y participar activamente en este reciente conflicto. ¿Son estos intereses nuevos? ¿Fruto de la globalización? ¿De la expansión del capitalismo hacía el este tras el 89? ¿O en cambio existen precedentes de esta influencia e intereses en la región? El objetivo de este trabajo consiste en demostrar que, en efecto, existen importantes precedentes de intervención e interés en Ucrania por parte de Occidente, centrándonos especialmente en el caso alemán por ser el más importante desde el siglo XIX, de mayor actualidad por la gran implicación alemana en la actual cuestión ucraniana y por el papel central que actualmente juega Alemania como motor económico de la Unión Europea y su gran influencia política dentro de la misma. 

Podríamos remontarnos perfectamente a la Edad Media a la hora de estudiar esta cuestión, sin embargo parece más interesante analizarla desde el siglo XVIII en adelante, centrándonos fundamentalmente en el siglo XX por ser de mayor importancia para entender las dinámicas que han llevado al conflicto actual y cómo se fueron gestando los intereses germanos en la zona, qué formulas se aplicaron en distintos momentos para alcanzar sus objetivos en la zona y cómo el variable éxito de los resultados fue creando toda una trayectoria histórica, que viene a determinar buena parte de la actual situación. Tres momentos clave centrarán nuestra atención, las dos guerras mundiales junto con la caída del Bloque Soviético, siendo los puntos centrales que determinarán de forma consecutiva la política alemana e irán redefiniendo los medios y las formas de intervención en la región, así como los objetivos. Esperamos de esta manera lograr dar a conocer aspectos poco conocidos y entender el porqué de muchas de las acciones y políticas que actualmente se vienen produciendo. 

  

2. Precedentes alemanes en Ucrania 


Durante el siglo XVIII y de la mano de Pedro I el Grande de Rusia se inicia una creciente europeización del país, él y sus sucesores procuran el acercamiento a Europa de múltiples formas, emparentan con la realeza y la nobleza europea, especialmente alemana y prusiana, país con el que comienzan una larga y ambivalente relación. Catalina II la Grande, que reina a partir de 1762, desarrolla durante su reinado una importante política expansiva y de acercamiento a Europa, ella misma era alemana de nacimiento y cultura, si bien se había rusificado. Bajo el reinado de Catalina se conquista Crimea y el sur de Ucrania, además de gran parte de Polonia y el centro-oeste de Ucrania. Muchas de estas regiones, especialmente Crimea y el sur de Ucrania habían quedado desoladas y abandonadas por sus antiguos pobladores, con lo que aprovechando la sobrepoblación en Alemania y las condiciones de inestabilidad política del país, Catalina ofrece a los alemanes poblar diferentes regiones de Rusia, el Volga, Crimea, el norte del mar Negro, el norte del Cáucaso y la Volinia (Pohl, 2009). 

Esta migración se fomentó a través de la concesión de distintos privilegios, como no prestar el servicio militar, formar sus propias comunidades conservando lengua y religión, si bien se les confinó casi exclusivamente a funciones agrícolas, no permitiéndoles ejercer otras profesiones más liberales, para las cuales muchos estaban formados. La migración iniciada en el siglo XVIII se mantuvo hasta mediados del siglo XIX, justamente cuando comenzaba a darse el proceso que conduciría a la unificación alemana. Las comunidades alemanas en todo el Imperio Ruso mantenían su identidad y relaciones con Alemania, los más acaudalados terratenientes mandaban a sus hijos a las universidades alemanas y los matrimonios con los eslavos eran casi inexistentes, manteniendo así su identidad profundamente germana, si bien con lealtad al Zar de Rusia (Pohl, 2009). 

El último repunte de inmigración alemana vino dado por la abolición de la servidumbre en 1861, lo que creo una escasez de mano de obra que los alemanes vinieron a suplir en parte. Sin embargo, la situación no tardaría en cambiar con las reformas de Alejandro II y Alejandro III, que en 1871 derogaron gran parte de los privilegios de las minorías alemanas. Les fue obligado a aprender el ruso, a realizar el servicio militar y sus privilegios fiscales fueron derogados, esto provoca la migración de muchos de estos alemanes (especialmente de menonitas y otros cultos disidentes) a los Estados Unidos y Canadá. A pesar de todo ello, alrededor de 2 millones de habitantes del Imperio Ruso declaraban ser de lengua materna alemana poco antes de la Primera Guerra Mundial. Desde ese momento su situación fue empeorando decididamente y comienzan las deportaciones, que alcanzarán su cenit ya con los soviéticos y durante la Segunda Guerra Mundial (Mukhnina, 2011; Pohl 2012, 2016). 

Al mismo tiempo el nacionalismo alemán fue creciendo paulatinamente durante el siglo XIX hasta la unificación en 1871 y junto con él, el imperialismo alemán que tuvo su máxima expresión durante la Gran Guerra. En los años que precedieron a ésta se fue creando una importante corriente que defendía la necesidad de Alemania de expandirse hacia el este, el Drang nach Osten, concepto que traducido viene a significar Empuje hacía el Este, y que fue acuñado por el historiador alemán Heinrich von Sybel, fundador de la Alianza Panalemana. Esta corriente se inspiraba en las guerras de los caballeros teutónicos y sus intentos de dominio del Báltico y Rusia durante la Edad Media. Además, la presencia de los pobladores alemanes en Rusia “justificaba” la expansión germana hacía el este para reunir de nuevo a los alemanes en un único estado. La vitalidad del pueblo alemán sería revivida con este avance por el este, teniendo el movimiento una clara influencia del romanticismo alemán, ensalzando la historia de los caballeros teutónicos o de Federico I Barbarroja. 

Esta nueva corriente vino acompañada de un fuerte componente anti eslavo, introduciendo el componente racial además del cultural. La tradicional política de buenas relaciones con Rusia que venía desarrollándose desde el siglo XVIII, la política bismarckiana de entendimiento con Rusia y el constante intercambio cultural y político se fueron viendo amenazados por el choque entre la corriente pangermana y la corriente paneslava que se deban al mismo tiempo en los Imperios alemán y ruso. En palabras de Wheeler Bennett “la batalla por el poder entre la escuela oriental, que seguía la vieja política del Príncipe [Bismarck] de colaboración con Rusia, y la escuela de la “Gran Alemania”, cuya búsqueda del engrandecimiento territorial del Reich, si era necesario a expensas rusas” (cit. en Freund, 1957: I). De la mano de estas nuevas ideas se empieza a poner la vista en el este y especialmente en Ucrania y los países bálticos, donde se aunaba la presencia de alemanes étnicos, los abundantes recursos (especialmente en Ucrania) y una posición geoestratégica favorecedora. 

  

3. Brest-Litovsk, la ocupación alemana de Ucrania y el Plan Mitteleuropa 


Cuando se acabó por comprender que la guerra de 1914 no sería como las de 1870, 1866 y 1864, muchos de los postulados de los pangermanistas fueron cobrando fuerza en parte de la sociedad alemana, especialmente entre la derecha y muy especialmente en la mentalidad del general Ludendorff, auténtico artífice de los planes de guerra alemanes. “Para los alemanes, desde Ludendorff y los pangermanistas en la derecha hasta los socialistas independientes en la izquierda, la atracción por Rusia y Europa Oriental creció hasta proporciones irresistible para 1918” (Meyer, 1955:264). 

Hacia el final de la guerra, la situación político-militar en el frente oriental devino, el 15 de diciembre de 1917, poco más de un mes tras la revolución bolchevique, en la firma del armisticio y el cese de todo combate en el frente. Las negociaciones en Brest-Litovsk comienzan el 22 de diciembre, por parte de la delegación soviética y la de la Rada de Ucrania. Trotsky se vio obligado a reconocer a la delegación ucraniana como independiente ante el empeoramiento de las relaciones entre Petrogrado y Kiev. Las negociaciones entre ambas delegaciones y los alemanes giraron por distintos derroteros.  Los alemanes no tenían aún una política clara a seguir, pero su máximo interés era el proveerse de alimentos y materias primas, la sombra del hambre pendía sobre los Imperios Centrales. Mientras los soviéticos buscaban ganar tiempo para afianzar su poder y esperar que se produjera la revolución en Alemania, mientras su propaganda iba afectando a las fuerzas alemanas en el Frente del Este. La Rada Nacional de Ucrania buscaba la unificación con las provincias ucranianas del Imperio Austrohúngaro, además de la protección alemana frente a los bolcheviques que ya amenazaban las inestables fronteras ucranianas (Freund,1957). 

Tras diversas negociaciones el 9 de febrero de 1918 se firma un tratado de paz con Ucrania por separado respecto a Rusia. Alemania se compromete a sostener a la Rada si esta lo solicita formalmente y ésta olvida las reclamaciones de territorios y se compromete a entregar un millón de toneladas de cereal y otros alimentos que son esenciales para el esfuerzo de guerra alemán. El día 10 Trostsky abandona las negociaciones y termina con esta declaración “Nosotros no podemos aprobar la violencia. Nos retiramos de la guerra, pero nos sentimos impelidos a rechazar la firma del tratado de paz” (Freund, 1957:6). La delegación alemana denuncia el armisticio y avisa con la antelación formal requerida de que reiniciará las operaciones militares el 18 de febrero. 

Las fuerzas alemanas ocupan Estonia y llegan hasta Pskov para el 25 de febrero, estando sus vanguardias a 100 millas de Petrogrado. Otras unidades avanzan sin resistencia por Bielorrusia y Ucrania (Nigel, 2004). Lenin y sobre todo Trotsky se convencen del fracaso de sus planes y para salvar la revolución y su gobierno, se ven en la necesidad de firmar un tratado con condiciones aún más duras el 3 de marzo en Brest-Litovsk. “los rusos firmaron desprenderse del 34% de su población, el 32% de su tierra cultivable, el 85% de las plantaciones de remolacha azucarera, el 54% de sus empresas industriales y el 89% de sus minas de carbón. Era ciertamente una paz violenta, pero escasa en sus frutos y ominosa en sus precedentes para los entonces jubilosos vencedores” (Freund, 1957:10). 

Pero los alemanes no se detienen ahí, conscientes de la debilidad soviética y de las grandes oportunidades, ocupan Crimea, contraviniendo el tratado, el 1 de mayo y avanzan hacía la República del Don, dónde entran en tratos con los cosacos. El 3 de abril realizan una importante acción anfibia ocupando Finlandia y enfrentándose a los guardias rojos fineses y apoyando a los blancos de Mannerheim, proclamando al Príncipe Federico Carlos de Hesse Rey de Finlandia. El 25 de mayo una brigada mixta alemana parte desde Turquía ocupando Georgia y llegando hasta Bakú con el fin de asegurar el suministro de petróleo para Alemania (Nigel, 2004). 

El éxito de esta ofensiva final en el este, y los inmensos territorios adquiridos plantearon a Alemania nuevos problemas a medio y largo plazo que debían resolverse si se quería mantener el dominio sobre las nuevas conquistas. Se debía proceder a una solución política a largo plazo para la Europa del Este, si bien de forma inmediata se procedió a formar gobiernos en los países bálticos y Finlandia, además de deponer a la Rada de Ucrania y establecer el Hetmanato, ante la incapacidad de la Rada de controlar el territorio y explotarlo satisfactoriamente para cubrir las necesidades alemanas. El Hetmanato fue no sólo un estado títere alemán, sino también el gobierno ucraniano del período que más éxito tuvo a la hora de crear estructuras de Estado. 

Durante la guerra el Imperio Alemán es consciente de la necesidad de un nuevo tipo de política interna de cara a los aliados, los territorios ocupados e incluso algunos neutrales. Surge entonces un concepto que venía gestándose tiempo atrás pero que se desarrolla de forma exponencial durante los primeros años de la guerra por los políticos, intelectuales y economistas germanos, tanto del Reich como de Austria-Hungría. Se trata de la construcción de Mitteleuropa, una unión política, económica y cultural supranacional cuyo centro serían los Imperios Alemán y Austrohúngaro. “una retirada estratégica hacía el continente es necesaria. Desde esa base un nuevo comienzo puede ser construido...todos los esfuerzos productivos alemanes deberán buscar nuevas oportunidades en una economía centroeuropea intensificada. En el corazón del continente juntos todos los alemanes encontrarán una reafirmación espiritual y la visión de un nuevo futuro” (cit, en Meyer, 1955: 195) en palabras de Friedrich Neumann, uno de los principales teóricos de Mitteleuropa. 

Si bien toda la idea giraba en torno de la cooperación supranacional eminentemente entre alemanes, estaba clara la necesidad de incluir a otros pueblos de Centroeuropa si se quería dar viabilidad al proyecto “la necesidad de enfatizar una experiencia que no fuera común sólo para los alemanes, si no para todas las nacionalidades de centro Europa...deseo desarrollar una relación de entendimiento más apacible y amigable entre los alemanes del Reich con los magiares y los eslavos occidentales” (Meyer, 1955: 199). 

El espíritu liberal impregnaba la idea, éste nuevo orden sería el premio conseguido por las dificultades que los pueblos estaban afrontando en la guerra “un espíritu liberal, más considerado era necesario para justificar los sacrificios de la guerra” (Meyer, 1955:202). Si bien había que remarcar la absoluta predominancia alemana en el proyecto, en palabras de Neumann “permitámonos imaginar una vez más la concepción supranacional de Mitteleuropa. Tendrá un núcleo alemán, obviamente usará la lengua alemana, un reconocido idioma universal. Desde sus inicios deberá desplegar un espíritu de compromiso y flexibilidad para todos los grupos nacionales asociados” (cit. en Meyer, 1955: 202). 

El proyecto fue ampliamente conocido y difundido, siendo el libro de Neumann un best-seller de la época e influenciando a toda una generación. Sin embargo, nunca fue del todo capaz de ganarse la confianza de los pueblos no germanos, especialmente de checos y húngaros, cuyas élites políticas estaban más a favor de la independencia y de la creación de economías nacionales propias.  La tardanza en abordar el problema polaco durante los primeros años de la guerra influyó negativamente en el desarrollo del proyecto, perdiendo un futuro componente muy valioso. Estaba claro que las minorías alemanas eran vitales en el proyecto, pero basándose únicamente en ellas era complicado granjearse la confianza de los demás pueblos de la futura Mitteleuropa. Que todo el proyecto pivotara sobre el eje de los alemanes acabó por asociar el proyecto con los partidarios de la Gran Alemania y con la alianza pangermana. Pasando de ser una construcción supranacional de carácter liberal y democrático a un imperialismo alemán camuflado, desviado de ultramar hacía el continente por la guerra, el bloqueo y la inferioridad alemana en el mar. 

Pero lo que eclipsaría finalmente esta idea en aquel momento preciso fue justamente el gran avance alemán en el este los últimos años de la guerra. Esta circunstancia abrió un nuevo abanico de inmensas posibilidades tanto políticas como económicas y sociales. Mitteleuropa fue sustituida en el imaginario colectivo del momento por la Osteuropa. Si bien todo el concepto, desde luego no se desechó, más bien se amplió hacía el este al mismo tiempo que las tropas alemanas iban avanzando. 

El acuerdo económico austro-alemán y la expansión económica alemana sobre los Balcanes y Turquía, que debía reemplazar los perdidos mercados coloniales, dejaron de ser las principales cuestiones para resolver en el marco de la creación de la nueva Mitteleuropa. El encuadramiento de los territorios ocupados, su papel en el proyecto común, el interés en germanizarlos, pero primeramente y sobre todo estaban los intereses de guerra. “La atracción no se limitó a las ideas y las políticas. Europa del Este ofrecía perspectivas de expansión de negocios mucho mayores que las de Centro Europa, y sin las complicaciones de la rivalidad de los empresarios austrohúngaros y de la resistencia de búlgaros y turcos” (Meyer, 1955:262). 

Los límites de la expansión hacia el este no estaban del todo claros aun, algunos querían que se reconociera formalmente a los cosacos del Don y del Kuban, y la formación de una república transcaucásica formada por georgianos, armenios y azeríes, bajo el paraguas alemán, en definitiva, la profundización en la zona del Caspio, lo que chocaba con algunos intereses turcos en la región y en Persia. Otros altos funcionarios alemanes defendían una política más moderada, en la que se deberían recomponer las relaciones con Rusia (En este punto muchos creían aun que el régimen bolchevique no duraría mucho) y hacerla formar parte del nuevo escenario europeo liderado por Alemania. 

Pero la línea dura de los pangermanistas se impuso al calor de los éxitos militares, los planes de Alto Mando no dejaban lugar a dudas, un memorándum del general Ludendorff decía “Alemania debe prepararse para una Segunda Guerra Mundial, debe buscar un nuevo equilibrio para hacer frente a la amenaza de una continua concentración de poder Anglo-Franco-Americano. De modo bastante realista abandona las reclamaciones alemanas de poder naval y colonias tropicales y en su lugar se concentra en la idea de desarrollar los recursos del Este de Europa. En un ancho creciente su imperio se extiende desde el noreste industrial de Francia y Bélgica, a través de Polonia, las provincias bálticas, el noroeste de Rusia, Ucrania, Rumanía y el Cáucaso, los campos petrolíferos de Bakú y la subdesarrollada Turquía. Aquí se encontraban grandes áreas vírgenes y maleables que podrían ser más rápida y efectivamente adaptadas a las demandas de la futura Alemania.” (Meyer, 1955:258). 

Finalmente, y en el contexto del final de la guerra, se puso en marcha el definitivo Plan Mitteleuropa. A parte del esperado acuerdo económico con Austria-Hungría, el plan preveía anexiones directas de diversas zonas, la creación de Estados títeres  germanizados en el Báltico, con nuevas colonias alemanas, en los que se establecerían Monarquías de origen germano (se llegó a establecer en Finlandia brevemente, y en Lituania pero no llegando a ser efectivo), junto a estados tapón con Rusia como una pequeña Polonia bajo tutela germana, una Ucrania también bajo control germano, además se planeaba la creación de colonias alemanas en Crimea y el control directo de la península por el Reich, la influencia alemana se extendería hasta las regiones cosacas y la Transcaucásica. 

Los avances germanos en estas nuevas zonas tienen su explicación en la geopolítica además de en la búsqueda de recursos para mantener el esfuerzo de guerra, los padres de la geopolítica alemana (Kjéllen y Ratzel)  estaban muy influenciados por la teoría del Pivote Continental del inglés Mackinder (1904), que postulaba que la fuerza que dominara este territorio en el centro del gran continente de Eurasia, dominaría el mundo, siendo la posición de Europa del Este, y especialmente Ucrania, clave para el dominio de la zona pivote. Así los alemanes aunaban dos de sus aspiraciones, una a corto plazo, asegurarse los alimentos, el combustible y los recursos de carbón y metal necesarios, pero además a largo plazo establecer su poder y dominar estas regiones del este europeo para con el tiempo alcanzar la hegemonía mundial a través de su posición geográfica. Además, el control del Báltico y la revitalización del comercio hanseático en el futuro, frente al bloqueo anglosajón, inspiraron las operaciones sobre Finlandia. 

La derrota militar frustró, por supuesto, todos estos planes alemanes, abandonando los territorios conquistados tras el armisticio de noviembre de 1918, sin embargo, el recuerdo de todos estos proyectos frustrados y el sueño de la expansión hacia el éste permanecería vívido en el recuerdo de muchos alemanes que habían participado directamente o bien recordaban las polémicas, los planes de futuro y las glorias perdidas. Éste casi olvidado escenario final de la guerra es una de las principales causas de la invasión alemana de la URSS en 1941, esta experiencia en el Este y la influencia que tuvo en Hitler y en el partido nazi, posiblemente a través de Ludendorff que militaba en el partido y de Karl Haushofer, militar alemán e importante geopolítico nazi que combatió en la Primera Guerra Mundial, seria determinante, el destino de la expansión alemana parecía prefijado en la mente de muchos a la luz de la previa experiencia, y llegados el momento hacía allí se dirigirían los futuros esfuerzos germanos. 

  

4. De la República de Weimar al Lebensraum nacional-socialista 


Tras la Guerra Civil Rusa y la Revolución alemana, alrededor de 1920 se logran estabilizar en mayor o menor medida la Unión Soviética y la República de Weimar como nuevos regímenes de Alemania y Rusia. Los bolcheviques logran recuperar mucho de lo perdido en Brest-Litovsk, Bielorrusia, Transcaucasia y Ucrania son recuperadas, si bien Finlandia, los estados bálticos y Polonia resisten con ayuda de los aliados occidentales y el avance comunista es detenido por las fuerzas polacas en la batalla del Vístula. Si bien Alemania aún tiene acceso a través del Báltico y las minorías alemanas en aquellos países a negociar y tratar con ellos en condiciones favorables, le han quedado vedadas las vastas extensiones de las estepas rusas hasta el Cáucaso, incluida Polonia, país con el que mantiene relaciones muy malas. 

En éste nuevo marco renacería la vieja escuela bismarckiana que defendía un acercamiento e incluso una alianza con Rusia. En aquellos años esta escuela tuvo su máximo representante en el General Hans von Seekt, Jefe del Estado Mayor de la Reichswerh. Éste no sólo creía que una alianza con Rusia era vital de cara a mejorar la situación económica alemana, sino también para hacer frente común contra el tratado de Versalles y contra Polonia. “Alemania y Rusia se encontraron reducidos a parias y descubrieron que tenían quejas, así como intereses en común” (Freund, 1957: I). Sin embargo, es importante puntualizar que, si bien las relaciones con Rusia debían mejorarse desde el punto de vista de muchos, ello no significaba en absoluto una cercanía hacía el bolchevismo o comunismo. “Había algunos alemanes, Seekt entre ellos, que pensaban que la única forma de prevenir una invasión del Ejército Rojo era negociar con Rusia y sellar una alianza con ella” (Freund, 1957:69) 

A Seekt le interesaba especialmente la cooperación militar, la alianza con Rusia podía resultar una buena forma de burlar el tratado de Versalles y fomentó el intercambio de oficiales para su formación, así como cooperación técnica entre ambos ejércitos. Curiosamente los diferentes vaivenes políticos que fueron afectando en mayor o menor medida las relaciones políticas y económicas germano-soviéticas, no afectaron nunca de manera notoria a la cooperación militar “Las relaciones personales entre los dos ejércitos y entre los hombres involucrados en los proyectos industriales de rearme eran excelentes” (Freund, 1957:201). 

Si bien a nivel institucional, éstas eran las políticas que se iban siguiendo, en el plano intelectual convivían otras ideas muy diferentes. Desde los presupuestos internacionalistas de los comunistas alemanes a los herederos de los pangermanistas, los nacional-socialistas o nazis. Fuertemente influenciados por la experiencia bélica (no debemos olvidar que tanto el fascismo italiano como el nazismo alemán tuvieron su origen en buena medida en las unidades de asalto como los arditi italianos o los sturmtruppen alemanes) los nazis retoman la idea de la expansión hacia el este, si bien le van dando forma a su propia manera, incluyendo sus propias ideas raciales, económicas y sociales en los viejos proyectos alemanes de la guerra “Europa Central se convirtió así en parte de la agenda política revisionista, pero sin renunciar a su carácter económico-imperialista, adquirió un trasfondo nacionalista radical” (Katzenstein, 1997: 10). 

“De la experiencia alemana en guerra total estos hombres extraían principalmente la nueva orientación hacia el Este encarnada en el programa del General Ludendorff y sus partidarios pangermanistas...No fue una coincidencia encontrar a Ludendorff marchando a la cabeza del partido nazi en el putsch de Munich” (Meyer, 1955:315). El propio Hitler, en su famoso libro Mein Kampf se hacía eco de este desiderátum del pueblo alemán, llevándolo en su programa. En definitiva, lo que Hitler pretendía era dar profundidad geográfica al futuro Reich alemán, con las tierras del Este en su poder la población alemana aumentaría gradualmente y así se convertiría en potencia mundial, las políticas exteriores orientadas a ultramar de antes de la guerra no debían repetirse. 

En cambio, cuando los nazis llegan al poder en 1933 no cambian la política hacía el Este que venía siguiendo la república de Weimar, más bien al contrario, la revalidaron y revitalizaron, renovando los acuerdos de no agresión y la cooperación militar con la URSS, a pesar de ya no ser tan vital tras la denuncia del Tratado de Versalles. El régimen nazi necesitaba de los recursos soviéticos para afianzarse, recuperar la economía alemana y poner en marcha sus nuevos planes, entre los que a medio plazo se encontraba hacerse con los vastos territorios rusos y ucranianos. 

Se recupera la idea de Lebensraum o espacio vital, acuñada por Friedrich Ratzel con unas características que venían muy bien a justificar las ideas nazis “En cuanto a Ratzel, este también estuvo profundamente influenciado por la obra de Charles Darwin, y de ahí que desarrollara un sentido orgánico, hasta cierto punto biológico, de la geografía, según el cual las fronteras evolucionan de manera constante dependiendo del tamaño y composición de las poblaciones humanas circundantes...Para él, el mapa respiraba como si se tratara de un ser vivo, y de ahí se derivaba la idea del Estado orgánico-biológico cuya expansión venía refrendada por la ley natural”(Kaplan, 2015:119). 

Karl Haushofer, seguidor de las ideas de Ratzel y de su discípulo Kjellén, renovó el concepto de Lebensraum para los nazis, ayudó a Hitler a escribir el Mein Kampf, especialmente le capítulo 14, dónde se trata el tema de la expansión hacia el este. El nuevo matiz del concepto se relacionaba con las exigencias alemanas de recuperar territorios perdidos en la Gran Guerra y mayoritariamente poblados por alemanes, se presentó la idea como la legitima reivindicación de una nación poderosa de una mayor área de influencia a la vez que se recuperaba de la derrota. Los líderes nazis evitaron el discurso imperialista en un primer momento para hacer sonar mucho más aceptables las reivindicaciones sobre Checoslovaquia, Austria y Polonia (Dorpalen, 1942). 

Mientras, y siguiendo el legado de von Seekt se mantenía y ampliaba la relación con los soviéticos, de cara sobre todo a contrarrestar a Polonia y hacer frágil su posición. Todo ello a pesar de la completa animadversión ideológica y de la batalla propagandística entre Goebbles y el Komintern. Pero los planes del Tercer Reich exigían mucho cuidado y el fin de estos planes exigía finalmente el dominio del Este, y en especial Ucrania y el Cáucaso, tanto por sus recursos, como por el acceso que permitirían a la zona pivote. Cuando la fase final del Lebensraum se implementase la situación mundial pasaría a ser dominada por nuevos actores “El nuevo orden mundial alemán presupone una Gran Asia Oriental bajo la hegemonía japonesa, una “Panamérica” dominada por Estados Unidos y un corazón continental euroasiático controlado por los germanos, con una subregión mediterránea-norteafricana bajo el gobierno encubierto de Italia” (Kaplan, 2015:123). 


4. El Nuevo Orden y la Segunda Guerra Mundial 


Los grandes éxitos militares de la Wermacht durante 1939-40 llevaron a Alemania a ocupar Polonia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Bélgica y buena parte de Francia, lo que sumado a sus anteriores éxitos expansionistas prebélicos en Austria y Checoslovaquia constituía un conjunto formidable. Completaban el cuadro los aliados y países afines a Alemania, Italia, Hungría, Bulgaria, Rumanía. El sueño de la constitución de Mitteleuropa parecía encontrarse de nuevo sobre la mesa. Claro que no tomaría los mismos derroteros liberales del anterior proyecto de Neumann e incluso se ampliaría el concepto pues se deberían incluir más países y territorios de la Europa Occidental. El Nuevo Orden tendría una dimensión mundial por la que se produciría una nueva división del mundo en zonas de influencia o “espacios vitales” “la delimitación de los espacios vitales en lugar del imperialismo económico y financiero del siglo XIX, con las salvaguardias mutuas de los pueblos que pertenecían a estos espacios vitales” (Toynbee, 1986:62). 

Las bases de éste Nuevo Orden se encontrarían en la cooperación económica y política y su carta constitutiva el Pacto Tripartito. Al igual que en la Primera Guerra Mundial, Alemania debía construir un proyecto político común si quería granjearse el favor de los pueblos ocupados, realmente parecían estar siguiéndose pasos muy parecidos, pero como en la Gran Guerra todo ellos siempre estuvo supeditado al esfuerzo de guerra y la victoria “Funk [Ministro de Economía del Reich] se interesaba, sin embargo, en primer lugar, por la explotación comercial de Europa (a la cual en gran parte le servía de útil cortina de humo la propaganda del orden nuevo)” (Toynbee,1986:61). 

La gran incongruencia política del Nuevo Orden se encontraba, como no, en el Este y la Unión Soviética. Las buenas relaciones con la URSS habían sido necesarias a la hora de afrontar el asunto polaco y de evitar una guerra en dos frentes, una vez dilucidadas ambas cuestiones sólo quedaba la cuestión económica. Claro que Hitler no había cerrado del todo el frente occidental, pero aun así estaba empeñado en expandir su dominio hacía el este. Los nazis trataron de vender la invasión de la URSS, primero como una cruzada europea contra el bolchevismo, pero también emplearon el argumento de la expansión del Nuevo Orden hacía el este. “la guerra contra la Unión Soviética y la ocupación de los territorios orientales servía a la finalidad de restablecer el equilibrio en Europa volviendo al centro del continente el centro de gravedad que se había desplazado demasiado hacía Occidente” (Toynbee, 1986:62). De nuevo encontramos la búsqueda de la profundidad geográfica, las tierras y los recursos, y por supuesto volvemos a Mackinder, Ratzel, Kjellén y Haushofer y a los viejos planes del Estado Mayor Imperial de Hindenburg y Ludendorff allá por 1918. Lo que entonces no se logró, debía ahora ser culminado, eso sí, desde las nuevas perspectivas raciales nazis, lejos de conceder la independencia a los pueblos orientales (por más que tutelada como en 1918) el objetivo era reducirlos a la servidumbre o abiertamente exterminarlos para establecer a la población alemana en el este (Nolzen, 2017). 

Las políticas que siguieron en los territorios ocupados fueron bien distintas dependiendo de los planes futuros para las regiones ocupadas, de los administradores que tuvieran o de los recursos que se esperaban obtener. Por ejemplo, la región de los países bálticos y Bielorrusia, dónde los alemanes establecieron el Comisariado del Reich Ostland, aún existía población étnica alemana (todavía no habían sido deportados al este como los del Volga o Ucrania) y las poblaciones autóctonas vieron con buenos ojos la ocupación alemana como liberación del yugo soviético. “La suerte de Ostland se pretendía que fuese muy distinta a la de Ucrania, Caucasia y los territorios adjuntos al norte de ella, porque se iba a constituir un protectorado germanizado, como primer paso hacía una unión progresiva más estrecha con Alemania” (Toynbee, 1986:389). 

En cambio, el Comisariado del Reich para Ucrania tenía como principal misión la explotación de sus recursos, especialmente el trigo y el carbón en los que aún es rica Ucrania. Crimea quedó bajo administración militar directa como en la Primera Guerra Mundial, y los planes para la península eran distintos, aquí si se pensaba en poblarla de alemanes lo antes posible y asimilarla al Reich dada su posición estratégica. Al frente del Comisariado fue colocado Erich Koch, su administración se destacó por su crueldad y violencia contra la población ucraniana, a la que consideraba que debía reducir a un estado de servidumbre. Por el contrario, Alfred Rosenberg, ministro del Reich para los territorios ocupados del Este, consideraba que se debía adoptar una actitud moderada hacia los ucranianos para granjearse su amistad y ayuda contra los soviéticos; las disputas entre ambos fueron constantes, ya que, aunque se suponía que Koch estaba subordinado a Rosenberg, actuaba con mucha autonomía con el beneplácito de Hitler. 

Rosenberg pensaba que la mejor forma de ayudar a los intereses germanos y debilitar a Rusia era mediante la creación de un Estado ucraniano independiente y estrechamente ligado a Alemania, tal como se había hecho durante la Primera Guerra Mundial primero con la Rada y más adelante con el Hetmanato, “Con este fin a la vista había que fomentar el nacionalismo ucraniano: a los escritores, universitarios y dirigentes políticos ucranianos había que asignárseles la tarea de reavivar la conciencia nacional ucraniana.” (Toynbee, 1986:429). 

Koch en cambio buscaba únicamente el provecho económico en la explotación del país y se dedicó a perseguir a los nacionalistas ucranianos y reprimir sus actividades. Su firme convicción de la superioridad de la raza aria y de la condición de infrahumanos de los ucranianos y eslavos en general llevaron a su administración a altas cotas de ineficacia ante el aumento del movimiento partisano, la negativa a ceder a los ucranianos puestos en la administración a excepción de los más bajos y por sus políticas de exterminio y persecución de los judíos. Koch trató de mantener los impopulares e ineficaces kolsojes o granjas colectivas para mantener la producción y el control sobre la población, si bien Rosenberg trató de que se implementara una redistribución de tierras entre los campesinos, lo que provocaría en ellos una mayor gratitud hacía los alemanes y aumentaría la producción. Rosenberg salió victorioso de este conflicto, si bien sus medidas no llegaron a aplicarse ampliamente por los retrasos burocráticos de Koch y la paulatina retirada tras Stalingrado (Toynbee, 1986). 

La Iglesia, el estatus de los alemanes étnicos en Ucrania, la reapertura de escuelas de comercio y otras muchas cuestiones no fueron nunca del todo resueltas ante la improvisación y la lucha de poder que se produjo en las altas esferas del Reich a raíz de esta cuestión (Toynbee, 1986), provocando una situación muy distinta de la de 1918. La decisión de Hitler de desviar la fuerza principal de la ofensiva en el Este, de la zona de Moscú a Ucrania y el Cáucaso en la primavera de 1942, se vio motivada en gran medida por el interés alemán en el trigo de Ucrania y el petróleo de Bakú, y en el corte de los suministros soviéticos a través de la estratégica posición de Stalingrado, la posterior batalla sería clave para el desarrollo de toda la guerra. 

La derrota impidió la realización del sueño nazi en el Este y dejó una Alemania dividida y totalmente a merced de los vencedores. Por un importante período de tiempo desaparecieron casi totalmente los intereses alemanes en el Este o su capacidad de influencia sobre la Ucrania nuevamente incorporada a la URSS, sin embargo, la recuperación de la economía alemana, la tendencia histórica, la unificación, la caída del muro y el desmembramiento del Imperio Soviético que trajo consigo una Ucrania independiente de nuevo ha venido cambiando paulatinamente el retroceso causado por la derrota. 

  

  

4. De 1945 a la actualidad 


La derrota dejó a Alemania al margen del Este de Europa durante muchos años, si bien es cierto que no a toda Alemania, pues en la zona de Ocupación Soviética se constituyó la RDA, que sí se orientó por completo al Este. En cambio, la mayor parte de Alemania representada por la RFA se orientó muy claramente durante los primeros años de su existencia hacía el Oeste y más concretamente en la construcción de los diferentes proyectos que terminarían en la construcción de la Comunidad Económica Europea, que a su vez ha derivado en la actual Unión Europea. 

Desde su creación, la República Federal Alemana, creada en las zonas de ocupación aliadas, se arrogó la representación de toda Alemania y se reclamó como heredera del Estado alemán histórico, no reconociendo a la República Democrática Alemana, creada bajo el auspicio soviético, y rompiendo relaciones diplomáticas con cualquier país que reconociese a la RDA a excepción de la URSS. Esta política es conocida como la Doctrina Hallstein, en referencia al Ministro de Asuntos Exteriores de aquel momento (Maulucci, 2001). 

Mientras la RFA participaba de lleno en todo el proceso que llevaría a la firma del Tratado de Roma. El ideal liberal de Mitteleuropa se iba haciendo realidad por momentos, si bien en el oeste, la coyuntura política de la Guerra Fría había llevado a la división del continente en dos bloques irreconciliables. La reconstrucción, el empuje comunista junto con la necesidad de unión entre los países europeos en un claro retroceso de poder mundial y colonial habían llevado a los países europeos del bloque occidental por este camino. Mientras gran parte del Este y el Centro de Europa quedaban bajo el paraguas soviético. 

Si bien la política alemana de orientación hacia el oeste y la constitución del famoso eje económico franco-alemán estaban dando buenos frutos, era del todo imposible que Alemania permaneciera ciega hacía el Este por mucho tiempo. El Canciller Willy Brandt comenzó éste nuevo giro hacia el este, la Neue Ostpolitik en 1969, tras dos décadas de aislamiento de la parte principal de Alemania de todo el Centro y Este de Europa (Gross, 2013). 

Las dos Alemanias se reconocieron mutuamente y se establecieron relaciones diplomáticas y comerciales, se firmó la paz con Polonia, y se fueron restableciendo las relaciones diplomáticas con todos los países pertenecientes al Pacto de Varsovia. Las relaciones económicas comenzaron a desarrollarse, especialmente con Polonia, Checoslovaquia y Hungría. Alemania volvía de nuevo a mirar hacia el Este y ya no pararía. “Para finales de los 80-incluso antes de la caída del comunismo-Alemania Occidental ya se encontraba en el camino de establecer una relación económica única e intrincada con los países de Europa Central y Oriental” (Gross,2013: 4). 

Hemos de recordar que, a parte de estas retomadas relaciones, todas las naciones del Este si mantenían importantes vínculos entre sí y con la RDA, bajo el paraguas del COMECON soviético, que significó el proyecto socialista de integración económica en oposición a los occidentales. Vital en este punto hay que destacar la importante posición de la RDA en cabeza de todo el sistema económico dominado por los soviéticos en el Este de Europa, las relaciones con los demás países y la URSS serían vitales tras la reunificación a la hora de ampliar la influencia alemana en todo el Este. 

“Los países se agrupaban según su especialización. Checoslovaquia, Polonia, Alemania Oriental y parte de Hungría proporcionaban productos manufacturados con alto componente industrial. Los productos agrícolas procedían fundamentalmente de Bulgaria, Yugoslavia, y Rumanía. Muchos de los productos elaborados en estos países estaban diseñados específicamente para el mercado soviético, con una producción a su vez estructurada para absorber las importaciones procedentes de la Unión Soviética...El resultado era un sistema comercial organizado sobre bases bilaterales, de los países del COMECON con la URSS” (Rodríguez, 2005:24). 

La tendencia histórica alemana de orientación hacia el Este se vio aupada de nuevo y a cotas nunca vistas con el retroceso del comunismo, el fin de la URSS y de la propia Guerra Fría. El fracaso de todo el sistema montado alrededor de la Unión Soviética y al final el de la misma Unión, dejó un vacío de poder en el Este de Europa como no se veía desde 1919. El descarrilamiento de la economía soviética y luego rusa, la retirada militar, las rápidas transiciones en los países del viejo Pacto de Varsovia. La nación mejor situada, y con mayor capacidad de aprovechar la ocasión era sin duda alguna Alemania “la reunificación constituyó una derrota tanto para Rusia como para Francia. La Alemania unida no sólo dejó de ser un socio político menor de Francia, sino que se convirtió automáticamente en la potencia principal indiscutida de Europa Occidental” (Brzezinski, 1997: 73). Alemania se encontraba en una posición inmejorable en su nueva expansión hacia el Este por el reclamo del proyecto europeo y la prosperidad económica de Occidente. Bajo el paraguas del acercamiento y la asociación con la UE resultó mucho más sencillo para los intereses alemanes volver a establecerse en todo el Este y llegar nuevamente hasta Ucrania y el Cáucaso. 

Alemania ha ido creando a partir de 1988, cuando Hungría firmó el Acuerdo de Comercio y Cooperación con la CEE, diversos anillos económicos entorno a sí en los países excomunistas del Este, al mismo tiempo que éstos iban acercándose a la Unión Europea. “El papel que antes desempeñaba la Unión Soviética, pasó a ocuparlo Alemania, que en 1994 concentraba más de la mitad de los flujos comerciales que Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría realizaban con la UE” (Rodríguez, 2005: 77). Los intereses alemanes fueron avanzando progresivamente, de forma muy similar a como se habían extendido en el pasado, los países considerados parte de Mitteleuropa fueron los primeros y en los que más importantes son los intereses germanos. República Checa, Polonia y Hungría forman el primer anillo. Su principal socio comercial es Alemania, el porcentaje de las importaciones alemanas en 2016 a estos países es el 27%, el 25% y el 27% (OEC ,2018) respectivamente, siendo en todos ellos Alemania el principal socio comercial, quedando Rusia muy atrás respecto a la anterior situación. 

Un segundo anillo se estableció entre los países bálticos, dónde recordemos que Alemania también tiene un gran interés histórico, además de Rumanía y Bulgaria, países que hubieran formado parte de la Mitteleuropa alemana. En este segundo anillo la competencia con Rusia es mayor y en algunos países Rusia aún conserva una importante posición como socio comercial. De entre los socios de la UE es, con diferencia, Alemania el mayor socio comercial de todos estos países. Un 10% de las importaciones de Estonia, el 11% de Letonia, el 12% de Lituania, el 12% de Bulgaria y el 20% de Rumanía, proceden de Alemania, además también es el principal receptor de las exportaciones de todos estos países (OEC, 2018). 

Como vemos, bajo el auspicio del proyecto europeo se ha constituido la hegemonía económica alemana en el Centro y el Este de Europa y el pivote de la Unión va derivando cada vez más hacía Berlín. La tendencia histórica por supuesto no se ha detenido aquí y continua hacía el Este, formando el tercer anillo, la Osteuropa de 1918; Moldavia, 8,3% de importaciones alemanas, Ucrania, 11% sólo por detrás de Rusia (con datos del 2016, en 2014 las importaciones alemanas representaban el 8%, se puede suponer que tras el conflicto la situación seguirá cambiando en favor de Alemania), Georgia, 5,5% y Azerbaiyán 4,1% (OEC, 2018). Es en éste tercer anillo dónde se confrontan más intensamente los intereses europeos, especialmente alemanes como acabamos de comprobar, y los rusos, así  “Mientras que para los países del Este y Centro de Europa la UE se ha convertido en el destino fundamental de las exportaciones y el origen de las importaciones, estas economías no suponen sino un mercado residual para la UE” (Rodríguez, 2005: 88), exceptuando en buena medida Alemania, para la que estos mercados si son de importancia e interés. 

  

5. Conclusiones 


Como hemos podido ver la relación entre Ucrania y Alemania no es nueva y presenta un largo recorrido histórico hasta nuestros días, constituyéndose así Ucrania como un interés histórico alemán, quizás el de más importancia, en el este de Europa. Por supuesto, Ucrania es la pieza clave del tercer anillo comercial alemán en el Este, como también fue la pieza fundamental en 1941 y 1942 durante la Segunda Guerra Mundial, y tal como ocurrió en 1918 cuando se convirtió en la pieza clave de la construcción en el Este de la influencia y hegemonía alemanas a través del proyecto Mitteleuropa. 

La tendencia histórica parece llevar a Alemania hacía Ucrania por razones muy parecidas a las del pasado: de una parte, los recursos y el gran mercado que representa este país, junto con la posición estratégica con relación a los recursos energéticos, en 1918 y 1941 el petróleo del Cáucaso; y en la actualidad, además, el gas ruso. Las formas de aproximarse a los objetivos en la zona han cambiado radicalmente con el tiempo, especialmente importante para este aspecto ha sido la desaparición de las minorías de alemanes étnicos, lo que aborta en buena medida tentaciones irredentistas. Hoy en día, el comercio y la economía, junto a los ideales liberales que representa la Unión Europea, se encuentran a la cabeza de esta nueva expansión germana en el Este. 

Sin embargo, dicha expansión ha llevado a una vieja competición, en la que podríamos englobar el actual conflicto en Ucrania, dentro de un largo conflicto germano-ruso por la hegemonía de Europa del Este que puede remontarse siglos, aunque las formas de dicho conflicto hayan podido cambiar con el paso del tiempo. Hasta que no se resuelva de fondo la cuestión germano-rusa no parece probable que termine la tensión en esa parte de Europa. Así que cualquier conflicto europeo en el Este debería ser analizado en su contexto histórico alemán si queremos llegar a una comprensión profunda más allá de las causas oficiales y los argumentos mediáticos. 

  

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Eliseo Fernández es politólogo y profesor de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. 

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