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Ucrania y la defensa de Occidente

Centro para el Bien Común Global

Ignacio Cosidó 

  

  

Hace unas semanas debatí con mis alumnos de tercer curso de Filosofía, Política y Economía la crisis ucraniana. La guerra no había comenzado aún. Tras nuestro análisis concluí que el escenario más probable sería una partición de Ucrania con una parte del territorio integrado de una forma u otra en Rusia y la neutralización del resto, impidiéndole ingresar en la OTAN y desarmándola para convertirla en todo caso en un estado vasallo de Moscú. Teníamos claro que ni europeos ni norteamericanos estaban dispuestos a mandar un solo soldado a luchar por cambiar ese triste rumbo de la historia para Ucrania. Me sorprendió que algunos de mis alumnos mostraran disconformidad con este diagnóstico y se mostraran firmes partidarios de una intervención militar que lo evitara. Les expliqué que eso tenía un claro riesgo de escalada y que podría desencadenar una tercera guerra mundial. Pero tenían la firme convicción moral de que sería un crimen dejar solos a los ucranianos y que si Putin podía invadir impunemente un país eso ponía en peligro a toda Europa. Les pregunté entonces si ellos estarían dispuestos a coger un fusil para defender un país tan lejano. Me sorprendió aún más que varios dijeran que sí, que llegado el caso estaban dispuestos. Esa clase me resultó profundamente inspiradora, me hizo sentirme especialmente orgulloso de mis alumnos y en alguna medida me hizo recuperar esperanza en el futuro de Occidente. 

Mis alumnos conocen bien el principio de polaridad de Clausewitz según el cual “si uno de los beligerantes está decidido a empeñarse por el camino de las grandes decisiones con las armas, sus posibilidades de éxito son considerables, por poco que esté seguro de que el otro no desea hacerlo”. El presidente ruso podía estar plenamente convencido de que la OTAN no deseaba en ningún caso utilizar las armas. Otorgar esa certeza ha sido nuestro principal error estratégico y el principal motivo que permitió a Putin iniciar esta guerra de ocupación. Ni los grandes discursos de condena, ni el aislamiento internacional, ni las sanciones económicas masivas lo disuadieron de utilizar la fuerza. Lo que probablemente no esperaba era una resistencia ucraniana con la firmeza y la eficacia que ha encontrado. Hay quien piensa que la guerra en Ucrania no es nuestra guerra. (Seguir leyendo 


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Ignacio Cosidó, Profesor de Filosofía, Política y Economía y director del Centro para el Bien Común Global en la Universidad Francisco de Vitoria. 

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